Dios y la posmodernidad
Valmore Amarís
Tiempos posmodernos
Posmodernidad es un término acuñado para referirse al mundo que se ha gestado a partir de mediados del siglo XX. Al mundo de las ideas, valores y nuevos axiomas que en mayor o menor grado se ha asentado en las conciencias del común de las gentes de la aldea global. Por supuesto, que aquí estamos incluidos. Resulta entonces de suma importancia empaparnos de las matrices y de los elementos constituyentes de la realidad que nos envuelve.
Se trata de un "cambio de época", en el que terminan los tiempos de la llamada modernidad y sus paradigmas, para dar paso a un nuevo tiempo caracterizado, curiosamente, por el anti-paradigmas. Aunque también cabe pensar que se trata más bien de un tiempo de multi-pequeños-paradigmas.
Como podremos apreciar posteriormente, y para decirlo de manera sencilla en una frase, nuestro mundo contemporáneo ha sentenciado que la gran verdad universal es que "no existe una verdad final", de manera que lo que corresponde es que "cada quien viva de acuerdo a su verdad". Esta idea no parece tan nueva si consideramos que los existencialistas lo venían pregonando desde antes. Pero, como ocurre en la dinámica social a gran escala, es mucho después en el tiempo cuando las ideas se instalan en su correspondiente lugar, se enraizan y florecen. Desde esta perspectiva, la verdad que vale la pena vivir es la verdad subjetiva, sensual e inmediatista. No es dificil concluir entonces que habría tantas verdades (tantos mundos) como cabezas hay en el planeta, y aunque existan verdades generales, esta verdad es útil únicamente a la persona que decida aplicarla para sí.
Ahora bien, no se llega a conclusiones como ésta gratuitamente. Es el producto de la crisis de la modernidad ante el derrumbe de sus grandes ideales de progreso económico, social y cultural para todos. El colapso de los idearios de la modernidad engendró una humanidad decepcionada, escéptica, carente de ilusiones y de proyectos encaminados hacia la búsqueda de una comunidad universal feliz. La nueva época, la posmodernidad es el tiempo de la sociedad fragmentada. De allí que cada fragmento corresponda con cada pequeña "verdad", y sin que ello signifique que no permanezcan idearios restauracionistas, fundamentalistas e integristas de signos variados.
Acabamos de decir, y, de hecho, la simple observación nos lo hace ver, que la cultura posmoderna no ocupa necesariamente todos los espacios. El entorno social, en la medida que pasa el tiempo, se torna cada vez más complejo y entrelaza diversidad de mundos y civilizaciones, desde sus formas aún primitivas hasta las más avanzadas tecnológicamente. Todo ello incide en cómo se vive el espíritu de la posmodernidad.
Hay que decirlo de una vez: dificilmente alguno de nosotros, con la cordura básica, anda por el mundo enarbolando la enseña de la posmodernidad. Nadie, con excepción tal vez de los ideólogos, predica la posmodernidad como si de una cruzada se tratase. De hecho, las inmensas mayorias de los habitantes del mundo desconocen que vivimos en la posmodernidad. Simple y llanamente se vino a este mundo en este tiempo que hemos querido llamar posmodernidad, por lo cual, a unos más a otros menos, nos parece que este mundo es el mundo "normal". Sin embargo, para quienes nacimos en otras décadas un poco más atrás, y según los datos históricos y narraciones de los tiempos pretéritos, la "normalidad" del mundo, en aquellos tiempos pasados, era otra. Sucede que, aunque para la mayoría de los seres pensantes es una verdad de perogrullo que la sociedad se encuentra en permanente cambio, fácilmente pasa inadvertido que el ámbito ideológico y axiológico de millones de personas, del pasado y del presente, ha sido, es y será bastante diferente al propio.
Me gusta reiterar que los cambios sociales no siempre conducen a la progresión axiológica. La realidad humana denuncia muchas veces su deterioro. Entonces podemos hablar de regresión, de involución. Creo que la gran equivocación de la mentalidad posmoderna es confundir el desarrollo científico-tecnológico con el desarrollo humano en su esencia.
El mundo de la espiritualidad tampoco queda al margen del efluvio posmodernista, y las instituciones y movimientos religiosos se ven influenciados por sus valores orientados hacia un antropocentrismo de fuerte acento personalista. En este orden de ideas, mi modesto parecer es que una espiritualidad cónsona con la necesidad de la sociedad moderna no puede ser entendida como una espiritualidad contemporizadora. Creo que toda verdadera fe, de por sí, debe ser una fuerza liberadora; solo que la fe, para que sea auténticamente liberadora, debe "liberarnos" de los esquemas de la cultura posmoderna y en ninguna manera amoldarnos a ella, pues de este último modo dejaría de ser liberadora. La fe liberadora será siempre cuestionadora, contestataría e irreductible de cualquier ideología humana, sea del signo que fuere y por más deslumbrante que parezca, de manera que esté libre para señalar los aspectos deshumanizantes y alienantes que se hallen en ella. En el ámbito de nuestra fe cristiana esto sería permanecer cónsonos con los principios del "Reino de Dios y su justicia".
Al llegar a este punto, me gustaría desarrollar una sencilla caracterización de algunas formas de espiritualidad popular, no estructurada:
Dios en la cultura popular posmoderna
En cierto sentido, lo divino y lo espiritual es materia recurrente en los espacios de la cotidianidad. Gente de la farándula, deportistas descollantes, concursantes de belleza y muchos personajes famosos hacen gala de su profesión religiosa o de sus creencias. El mundo está cundido de gurús, profetas y predicadores populares y espontáneos. Por el lado contrario, en vastos sectores de la sociedad se observa un abierto rechazo a lo que atañe a los asuntos de Dios. Cuando uno se detiene a considerar este último aspecto, se encuentra con que tal aversión a lo divino tiene su origen o bien en el añejo prurito anticlerical, o, sencillamente, como resultado de la alienación secular.
Están aquellos que dan por sentado la realidad y la presencia de Dios. Dios es, y está ahí. Forma parte del paisaje, de la calle, de los sitios que frecuenta y de la familia. Desde algún lugar lo observa todo y, da la impresión, que de alguna manera otorga su consentimiento a cuanto acontece. Visto así, la realidad de Dios no es motivo de debate. Creer en Dios se percibe tan natural como dormir o sentir hambre. Para la generalidad de las personas religiosas -sean de tradición judía, cristiana, islámica u otras- su cultura, sus creencias y su vida doméstica son parte de una misma cosa. Dios es un componente de la vida tal y como se aprecia: hay cielo y hay nubes; hay montañas y hay playas y ríos; hay alegrías y hay tristezas, hay paz y hay guerra; hay padres, parientes e hijos; hay naciones y razas... hay Dios.
Nos topamos con los creen en ese Dios real, pero no se mortifican por Él. De manera que si ese "Dios" no está a la mano (ni a la vista) lo mejor, o lo más practico, es desentenderse del asunto y concretarse en que lo se puede ver, oír, oler, gustar y tocar. Por tanto, no hay mucho de qué preocuparse. Simplemente "vivamos y muramos".
Por otra parte, nos encontramos con los escépticos en cuanto a Dios. Para estos vecinos, la vida es demasiado difícil e ingrata como para que "exista" Dios, ya que si Dios existiera todo debería fluir armoniosamente, y eso no es lo que vivimos día a día. Si hay Dios seguramente estaría listo para satisfacer gustos y necesidades. Entre estos escépticos, abundan los que no creen por conveniencia. Se trata de los amantes de la vida sin restricciones y sin principios rectores, para quienes la conciencia de un Dios conectado a la moral, o a la bondad, o a cosas parecidas no les resulta atractivo. Así que, según esto, lo mejor es hacerse "de la vista gorda" acerca de cualquier supuesta responsabilidad para con un Rector Supremo. Es posible que por esta razón, hizo aparición en la civilización occidental unos sucedáneos a la idea de Dios. Por ejemplo: el culto a lo "satánico" o el culto a la "santísima muerte", los cuales son apreciaciones del mundo espiritual bastante distantes de la ética o la moral tradicional de signo cristiano.
Pero también en la calle, en la oficina, en los centros de estudios, y entre nuestros familiares y amigos nos topamos con los que están en la "búsqueda" de Dios. Nos atrevemos a afirmar que estos amistosos con Dios corresponden al eslabón entre los que "creen" en el Dios de la religión y los que no se conforman con una tradición al caletre, de forma tal, que navegan en el mar de la duda cartesiana. El buscador o la buscadora de Dios no se amolda a la religión y tampoco se resigna a ser ateo o escéptico. No necesariamente el buscador de Dios está conciente de su condición de buscador; casi siempre se trata de una actitud espontánea ante la vida, guiada por una especie de sentido común o lo que actualmente se ha dado por llamar "inteligencia espiritual". Si penetramos más profundo, nos damos cuenta que a los buscadores de Dios se les encuentra también militando en causas consagradas, pero asumen una posición de insatisfacción por los convencionalismos del medio en que se encuentran.
Aún así, pudiera decirse que la cultura occidental se ha desentendido de la religión y ha abdicado de la fe como proyecto de vida. Los críticos de la fe cristiana de alguna manera hacen ver como inútil los debates en cuanto a Dios y las virtudes de la fe. Parece que el alegato es: "Puede que haya Dios, pero Dios no es demostrable, no puede ser `comprobado´, entonces no tiene sentido hablar de ese 'concepto abstracto´. En todo caso, el Dios `cristiano´, el Dios de la Biblia, no puede ser Dios, porque es un Dios rígido y severo. Es un Dios que demanda `arrepentimiento´ y `conversión´, y la mujer y el hombre `maduros´ del siglo XXI tienen muy poco -por no decir nada- de qué arrepentirse. El ser humano contemporáneo -positivo y científico- ya dejó atrás las infantiles valoraciones acerca del pecado y la santidad. De manera que el `verdadero´ dios es el que le da cabida a todos, indistintamente de su condición. Todos caben en el dios flexible y tolerante del siglo XXI."
Esto se percibe cautivante. Nos parece que todo habitante de este mundo que se defina como creyente comulga con la idea de un Dios que sea bueno. Es pertinente recordar que, además de riguroso y estricto, la Biblia también atestigua del Dios misericordioso, compasivo, clemente y perdonador. Pero ¿Asignarle a Dios todos estos atributos significa que la bondad de Dios es incondicional? ¿Ha ayudado a la humanidad esa visión posmodernista y positivista de Dios para crear mejores condiciones de vida? ¿Le ha hecho más responsable y más "amoroso" para con sus semejantes y para con la naturaleza?
Una cosa es cierta: en el ámbito de la cultura colectiva y popular resulta en extremo difícil desembarazarse de las costumbres y usanzas, persiste en nuestra sociedad altamente secularizada los rezagos de la tradición y los símbolos religiosos. Aquí es importante señalar que, de igual modo y con gran intensidad, la misma sociedad laicista alberga en su interior núcleos orgánicos de espiritualidad irradiante. Me refiero a las iglesias, movimientos y grupos reactivos al fenómeno secularizador.
Nos identificamos como herederos de la Reforma, y por ello del Soli Deo Gloria; del Sola Fide, Sola Gratia, Sola Scriptura. No solo creemos en Dios, también intentamos creerle a Dios, al Dios personal de la Biblia. Nos sublevamos ante las cambiantes "verdades" de las épocas, porque ellas han ofrecido la luz y la libertad que la realidad concreta se ha encargado de desmentir. Lamentablemente el ser humano posmoderno, ante su desconcierto y decepción, pareciera volcarse a una especie de pragmatismo nihilista -si nos permiten el término-, en lugar de volver al referente de su condición auténticamente humana: la revelación de que en él se encuentra la "imágen" de Dios y, por tanto, solo en Dios encuentra el sentido de su existencia.
Retratos de la posmodernidad
LA FE CRISTIANA EN EL TIEMPO POSMODERNO
Bernard Coster
Posmodernismo y posmodernidad son palabras que señalan ciertos fenómenos culturales de la segunda parte del siglo XX, que tienen relación con la aceleración de la cultura a partir de los años sesenta que todavía no tienen explicación definitiva. Las palabras mismas, por su fuerza sugestiva, forman parte de los fenómenos que se llaman posmodernos. A veces parece que establecen sus propios fenómenos. No son conclusiones, sino hipótesis de trabajo por las cuales podemos investigar ciertas expresiones culturales. Su función es la de un imán que separa y aísla ciertos fenómenos, para observar la analogía y lo común de ellos. ¿Podemos atribuir a ellos una misma causalidad, una misma moralidad, espiritualidad, podemos explicarlos desde una misma raíz? Por esta función de imán, posmodernismo es una palabra sobrecargada y vacua. Hay una tendencia de agrupar demasiados fenómenos bajo su título: literatura, arte, teatro, arquitectura, filosofía, historia, religión, medios de comunicación. En cada una de estas áreas se señala un momento de cambio y de transición, pero también un vacilar entre moderación, renovación y radicalización de los motivos. Para unos posmodernismo es el resumen de todas las fuerzas destructivas de nuestro tiempo, para otros es la consecuencia necesaria de las tendencias modernas, una señal de la dinámica de nuestra cultura. Para los pesimistas es una amenaza, un mundo ajeno y extraño, el golpe mortal de los valores tradicionales, para los optimistas es un momento de nuevas oportunidades y para los realistas es la consecuencia necesaria del proyecto moderno.
El propósito de este artículo es investigar el posmodernismo para explicar sus consecuencias para la fe, para la iglesia y para la teología. Después de una explicación breve de la relación entre modernismo y posmodernismo, vamos a intentar discernir con claridad sus tendencias por observarlo como estilo de vida, existencia posmoderna y como corriente y tendencia en la filosofía contemporánea y sus consecuencias en la historiografía y en la teología. Al final hemos de buscar la explicación teológica del posmodernismo.
1. El proyecto de la modernidad
El pensamiento de la Edad Media, continuado en el tiempo nuevo por todas las variantes del cristianismo confesional, era teocénctrico. Dios es la fuente de todo el bien, es el Creador del mundo y el Señor de la historia. Las normas y los valores no se explican por el hombre, sino por Dios, y sirven sus propósitos. El hombre es un ser dependiente. Sólo hay una verdadera religión.
El modernismo es la cosmovisión que niega este teocentrismo. En la Edad Media se manifiesta en ciertas tendencias críticas, durante el renacimiento se establece en forma del humanismo al lado del cristianismo y en el tiempo de la iluminación se apodera de la cultura occidental y de todas sus expresiones. En este tiempo el cristianismo se descalifica como premodernismo, y por eso, anticuado. El modernismo es antropocéntrico, sustituye la fe (confianza en autoridades) por la razón, que se hace la última y única autoridad para explicar el mundo y para definir la moral.
El modernismo era la ‘liberación del hombre de su ingenuidad, de la cual él mismo era culpable (Emuanuel Kant). Cree con una fe inmovible en la bondad y creatividad del hombre y confía la construcción y el gobierno del mundo a los sistemas ideológicos (liberalismo y socialismo) y a las ciencias. Es decir, encarga a las ciencias la responsabilidad de diseñar las alternativas del programa político, económico, educativo y moral y espera que las ideologías den forma a estas alternativas en un sistema democrático competitivo. Modernismo es el nombre de un proyecto ambicioso para remoldear el mundo. Era un proyecto imperativo con esperanzas mesiánicas, convicciones totalitarias y militantes. Aún las fuerzas conservadoras y reaccionarias se adaptaban a su forma de pensar. De este modo el modernismo se introducía en el cristianismo, convirtiendo la teología (moderna) en una aliada de su programa.
Extensión y crisis de la modernidad
En el siglo XX el proyecto moderno se extendió a todo las naciones. Colonialismo y descolonización, marxismo y posmarxismo, nacionalismo y neoliberalismo las empujaron adelante en el camino del progreso moderno. Urbanización, industrialización, globalización y americanización son los efectos. Por primera vez se establece un mundo y este mundo está fundado en los principios del modernismo.
Hay dos momentos paradójicos en este proceso: (1) La contribución de la misión cristiana a la modernización ha sido decisiva, pero es trágico que no haya producido un mundo cristiano, sino el mundo moderno y secular, con toda su agresividad económica, ideológica, tecnológica y militarista. La enemistad actual del mundo islámico contra el occidente es una oposición contra el proyecto de la modernidad, sin embargo, significativo es que el fundamentalismo islámico identifica modernismo y cristianismo. (2) El otro momento trágico es que mientras el proyecto de la modernización se expandió mundialmente, el mismo occidente, donde tiene su origen, lo volvió la espalda. No lo sustituye por otro proyecto, sino anula sus valores por acelerar, radicalizar e intensificar el sentido crítico y escéptico, inherente al modernismo.
El salto - 1968
Hay diferentes factores por los que el modernismo no podía conservar la confianza en sus propios valores. Las guerras mundiales, las revoluciones del siglo XX, la descolonización, la Guerra Fría y la corrupción total del marxismo manifestaron que el proyecto del modernismo no era manejable. El neomarxismo mostró que en realidad todo el proyecto se movía por los intereses social-económicos de la clase media y alta occidental. La revolución del ’68, cargada con el sentimiento de culpa por el pasado, se volvió contra las estructuras elitistas y, por eso, premodernas en el propio occidente, radicalizando y acelerando las fuerzas ideológicas del modernismo para realizar –por fin- los ideales ideológicos del liberalismo y del socialismo. Cuando la generación del ’68 obtuvo el poder en todos los sectores de la sociedad se manifestó que su fuerza ideológica ya se había gastado. Los cambios que pudo efectuar en los sistemas políticos, económicos, educativos y culturales son ambiguos y no satisfacen las ilusiones de los años sesenta. La caída del muro de Berlín era la prueba definitiva de que las ideologías no podían dirigir el mundo. Al mismo tiempo se manifestaron las señales de que el tecnicismo y la industrialización tenían consecuencias catastróficas para la ecología. Resultó que el proyecto moderno era un proyecto sin dirección, y la vanguardia cultural se apartó de sus ilusiones.
Durante unos siglos la modernidad ha desafiado y provocado el pensamiento y la moral tradicional. Se estableció como filosofía moderna, ciencia moderna, música, literatura, teología modernas. En todas estas áreas la modernidad transgredió las reglas clásicas y por hacerlo descubrió nuevas realidades. Posmodernidad desafía precisamente esta dinámica. La provoca, critica, ironiza e irrita por radicalizarla. No observa su etiqueta y no respeta la prudencia inherente a la modernidad de no poner en duda sus propios principios.
2. Existencia posmoderna
El cambio de la estética
En el año 1946 el filósofo de la historia británico, Arnold Toynbee, usa el término posmodernismo para la (probablemente) última fase de la cultura europea, que hace empezar en 1870, pero la palabra tiene su origen en la estética. Ya en los años veinte había un tipo de poesía en España que se llamaba posmoderno y a partir de los años sesenta es el nombre para las formas experimentales y vanguardistas de arte, literatura y arquitectura. Es arte original, renovador, controvertida, que provoca por su exhibicionismo brutal y por su ironía y parodia.
Las expresiones artísticas del posmodernismo son tan diversas que no es posible unirlas por las características de un estilo. En la arquitectura es a veces es la vuelta a principios tradicionales, pero casi siempre es arte hiper-experimental con experimentos que niegan todas las definiciones clásicas y modernas. Hay una tendencia en ella de poner en duda la realidad. Entonces ya no quiere reflejar nada más que a sí misma y no querer comunicar nada. Se burla de sí misma y de las convenciones morales por la publicación de libros con sólo páginas blancas, novelas sin inicio, sin fin y sin intriga que se hojean en la biblioteca sin leerlas, teatro que se interpreta sólo a sí mismo, objetos triviales que estremecen por su banalidad pero que reclaman el título de arte. El verdadero inicio del posmodernismo es el momento cuando estos experimentos ya no escandalizan y cuando son imitados en formas moderadas. Entonces uno ya se ha olvidado del modernismo. En este momento los cambios en la estética penetran en la moda, produciendo la no-moda, que no prescribe nada y que permite todo, y la anti-moda, que rompe con las normas cívicas.
La televisión es el catalizador por excelencia de la estética posmoderna. Su influencia coincide por completo con los cambios que observamos. Son cambios causados por la visualidad y la superficialidad propias de este medio que a la vez permiten su influencia. En este artículo no vamos a prestar atención explícita a los medios de comunicación, pero su influencia se supone en todas partes. No sólo extienden la cosmovisión posmoderna, sino que también la determinan. Adaptan toda la realidad a sus requerimientos y de esta manera crear una realidad hiperreal en la cual conocimiento se convierte en información y a la vez en diversión. Además, los medios de comunicación se ponen a sí mismos de tal manera en el centro de esta realidad, que el medio se convierte en el mensaje.
El cambio de los valores
Los cambios de la estética casi siempre son las señales de un cambio de valores. Las formas cambian, porque ya no corresponden con el contenido. Posmodernismo era arte hiper-experimental y provocativa pero se convirtió en la palabra para señalar el estilo de vida experimental de los últimos decenios del siglo XX.
Posmodernismo sacrifica los valores morales y cívicos del mundo occidental. Humildad, dignidad, fidelidad, prudencia, moderación, honestidad, responsabilidad, justicia y solidaridad han perdido su prestigio. Parece que también se ha perdido la capacidad de observar estos valores sin acusarlos de hipocresía. La infracción sistemática de ellos, que permite el posmodernismo, a veces tiene forma irónica y relajada, a veces es exhibicionista, brutal, vulgar y provocativa. Siempre es hedonista y por eso permisiva con respecto a drogas, erótica inconveniente, música extática, religiones esotéricas y deportes arriesgados. ¿Cómo puede ser malo algo que produce placer? La dignidad de la persona se atribuye exclusivamente a su individualidad, que es intocable, pero no a su conducta. Cada uno tiene el derecho de definir su propia ética. Posmodernismo es antiautoritario, pero no es anarquista. En lugar del consenso moral basado en una ética común con normas fijas, defiende tolerancia y pluralidad moral garantizadas por las leyes y así se explica la combinación paradójica de relativismo y legalismo. Exige que las leyes estatales den espacio (tolerancia) –cada vez más amplio– a formas de conducta que antes eran reprobables, pero que en el posmodernismo se llaman experimentales o alternativas. Sin embargo, estas leyes no reflejan valores absolutos, sólo son arreglos que ordenan la convivencia. La sociedad posmoderna necesariamente es multicultural porque niega el derecho de exigir de ninguna persona la adaptación a ningún sistema moral. Educación moral y cívica se limita a entrenamiento de tolerancia. La influencia posmoderna cambia sistemáticamente la moralidad por la libertad de experiencias, precisamente donde la vida es más vulnerable y necesita más protección: el matrimonio, la familia, la vida no nacida, la educación y el momento de la muerte. Igual que en el arte, donde experimentos esconden el arte verdadera, los experimentos sociales sustituyen los valores. Donde una relación homosexual se llama matrimonio, allí se esconde el matrimonio.
Debido al cambio radical de valores, el posmodernismo no sólo es poscristiano sino también poshumanista. Ya no comparte el optimismo de la antropología humanista de la época moderna y no quiere sacrificarse para realizar sus ideales. El siglo más sangriento de la historia, que se presenta cada día en toda su suciedad, crueldad, dureza y mentira por medio de la televisión, no da ningún motivo para creer en la bondad y la creatividad del hombre, ni tampoco en el valor absoluto y la autonomía de la persona. Sin embargo, el posmodernismo no tiene alternativa y por eso es profundamente pesimista. Duda del sentido que han dado las ideologías a la vida, duda de sus proyectos y duda del beneficio de las ciencias y de la técnica, aunque disfruta sus efectos. Su relativismo y escepticismo son ambiguos, selectivos y eclécticos, incluso cínicos y cobardes. Critica y relativiza por medio de ironía y parodia pero no diseña otro mundo mejor.
Posmodernismo es nihilismo moral, que guarda las formas por motivos estéticos. Bien y mal son cosas de etiqueta. Parece que el sentido estético común es el único criterio para aprobar o desaprobar. La estetización de la vida se manifiesta en una existencia sin sentido, una dinámica sin propósito, una creatividad sin principios que se ilustran por el estilo de vida: matrimonios sin permanencia, familias sin estabilidad, educación sin base moral, arte y moda sin estilo y, para terminar, algunas calificaciones que indican lo siguiente de este artículo, filosofía sin razón, historia sin pasado, religión sin fe.
El hombre moderno era un peregrino en la senda del progreso hacia el país prometido. El hombre posmoderno es un turista o un vagabundo, yuppy u okupa, que callejea por su mundo que tiene apariencia de Disneyland: un mundo sin sentido, no obstante divertido. Más que nada necesita estas diversiones, porque sólo ellas dan el sentido a la vida y le ayudan a olvidarse de su angustia, su vacío y su soledad.
No todo es posmodernismo
El posmodernismo, como lo vimos hasta ahora, es un tipo ideal, un maniquí, vestido con posmodernismo. Es una combinación de todas sus apariencias en general. En la realidad del mundo no lo encontramos con esta claridad. La fuerza sugestiva de la palabra posmodernidad es tan grande que absorbe fenómenos que de ninguna manera son típicos para nuestro tiempo. Hay mucha analogía entre el posmodernismo y el sofismo, cinismo y epicureismo griego, el escepticismo francés del siglo XVIII, la decadencia del fin du siècle (siglo XIX-XX) y la decadencia alemana (1918-1933). Estos fenómenos históricos contienen varios elementos que ahora se llaman posmodernismo.
En cierto sentido posmodernismo es la proyección de la postura de vida de la vanguardia cultural del tiempo a toda la sociedad. El futuro dirá en qué medida esta vanguardia haya sido verdaderamente representativa. Posmodernismo no es la única crítica de la sociedad moderna. Al lado derecho hay movimientos conservadores que defienden los valores cristianos y humanistas, al lado izquierdo se encuentran movimientos que mantienen el optimismo del modernismo por su fe en el progreso moral de la humanidad, por ejemplo el movimiento de la Nueva Era.
3. Filosofía sin razón
El fin de la metafísica
Los valores del modernismo, radicalizados y anulados por el posmodernismo, no son cristianos sino humanistas, que tienen su base en la metafísica. La metafísica es el descubrimiento de que detrás de las cosas observadas hay un orden, un sistema de ideas, en el cual se refleja lo esencial de las cosas. Es un orden que podemos deducir sin observarlo. A continuación, la metafísica es el deseo de conocer y explicar este orden y estas ideas: el ser, las condiciones que le dan sentido: verdad, razón, justicia, bondad y belleza, y además las ideas generales como dios, hombre, alma, vida, animal, flor, etc. El uso de la razón en la metafísica es ambiguo: Como razón forma parte de ella y como el pensar es el instrumento para acercarse a ella. Es la escalera para subir al aposento alto de la metafísica y un mueble del mismo.
La metafísica de Emanuel Kant
La filosofía de Emanuel Kant es uno de los pilares principales del pensamiento moderno. Por medio de la razón crítica acaba con todas las ideas religiosas y transcendentales tradicionales porque todo el conocimiento debe dar cuenta al tribunal de la razón. Sin embargo, antes de todo, la razón misma debe mostrar su validez, debe venir al conocimiento de sí mismo. Resulta, según Kant, que la razón no puede salir de la realidad empírica y que sujeta todas las observaciones a las categorías del pensar. La consecuencia es que toda la percepción refleja el pensamiento. Las cosas se adaptan al pensar del hombre. Por ejemplo, el hombre moderno siempre ve la realidad en las formas de las leyes naturales, pero son leyes inventadas por su razón. Todos los cambios que observamos reflejan causalidad y nunca observaremos algo que se mueve sin causa, porque nuestra manera de pensar es causal. ¿Es posible una metafísica, una cohesión sistemática de todo el conocimiento, mientras que la razón nunca sala del mundo empírico? Sí, porque Kant le atribuye la capacidad de concluir, de unir el conocimiento empírico y el conocimiento racional, por lo cual se produce una opinión. A base de las opiniones llega a ideas universales: alma (subjetividad), mundo (objetividad) y dios (unidad y causalidad). Kant no define el contenido de estas ideas, sino sólo muestra su validez racional, crea espacio para ellas. Muestra que el límite de la razón está en el punto donde termina el saber. En este punto hay espacio para la fe. Dice: ‘Debo debilitar el saber, para obtener espacio para la fe’. Fe en dios y en la inmortalidad se permiten por la razón crítica, pero no se demuestran por ella. Sin embargo, hay otro tipo de razón, la razón práctica, que prescribe lo que se debe hacer y que así establece la moralidad. Las prescripciones no tienen origen trascendental, sino son, igual que las leyes que observa la razón teorética, parte del pensar. Resulta que la moralidad se revela por la razón. Fe en dios y en la inmortalidad surgen necesariamente de esta moralidad racional, pero al mismo tiempo son limitadas por ella, porque nunca pueden referirse a ninguna revelación sobrenatural. Religión es el reconocimiento de las obligaciones morales como mandamientos divinos, así que la fe y la religión siempre se quedarán dentro de los límites de la razón práctica, es decir, de la moralidad.
El posmodernismo es la aceleración e intensificación de la razón escéptica que a partir del tiempo de Kant domina el pensamiento moderno. Duda profundamente de la posibilidad de la reproducción fidedigna de la realidad y se propone la des-construcción de todos los sistemas amplios, sean religiosos, metafísicos o ideológicos. Es decir, por medio de una crítica radical, inventiva y creativa fragmenta y desplaza las facetas de estos sistemas, vacía sus conceptos principales y los priva de su legitimidad. Su escepticismo niega la posibilidad de volver a establecer una nueva coherencia sistemática de todo el conocimiento. No puede y no quiere saber el sentido de las cosas.
La crisis de la razón
La consecuencia del escepticismo posmoderno es que la razón misma pierde su función como criterio universal del conocer. Se convierte en un instrumento del pensar con un uso local-ocasional-privado que comparte – más que antes - su autoridad con otras funciones mentales como imaginación, creatividad y sensibilidad. La des-legitimación de la razón implica la eliminación de la metafísica y de todos los valores del mundo moderno basados en ella y a continuación la liquidación de los sistemas filosóficos e ideológicos. Por la supresión de la metafísica no hay ningún ser esencial, ninguna verdad absoluta y eterna, ni justicia, bondad y belleza, ni tampoco ideas intelectuales y morales generales. La vida pierde su sentido a priori y se hace un proyecto al cual cada persona debe atribuir su propio fin.
Hiperrealismo
La eliminación de la razón significa también la liquidación del hombre como sujeto que percibe, conoce y da sentido. El realismo del modernismo con su racionalidad y objetividad se sustituye por hiperrealismo, que, paradójicamente, es un nominalismo extremo. El hiperrealismo es la sensación inmediata de la realidad directa, la intensificación de lo momentáneo y de lo casual que impide la conexión de ella con una realidad más amplia con más espacio y tiempo. En cierto momento percibe cierta realidad pero no puede concluir en qué medida esta percepción se explica por sí mismo o por algo exterior. En esta percepción momentánea e hipersubjetiva desaparece la distinción esencial entre el sujeto y el objeto. ‘El sujeto ha muerto’, dice el posmodernismo, y con él también la posibilidad de conocimiento objetivo y fidedigno.
El hombre posmoderno ya no es la persona autosuficiente, el burgués de la época moderna, que reclama los derechos humanos y que conoce el sentido de la vida, sino una persona multiforme. Su autonomía se disuelve y se fragmenta en una existencia múltiple de muchos roles diferentes que carecen de centro o de jerarquía. La única trascendencia de la existencia posmoderna consiste en experiencias momentáneas y extáticas.
Lingüística posmoderna
Después de la des-construcción de la metafísica, del sujeto y del objeto no nos sorprenderemos de que también se des-construya la lengua. Paradójicamente, empieza con la sobrestimación de los sistemas lingüísticos, atribuyendo un valor hiperreal a la narración o al texto, como prefiere decir el posmodernismo. No es ninguna reflexión posterior que refleja la realidad percibida, sino por su estructura precede a ella y le da su forma. La realidad se adapta a la lengua. Lengua da realidad a la realidad. Es un sistema autónomo de señales al cual tanto el autor como los lectores están sujetos, que construye la realidad por proponer observarla según sus estructuras. El que habla en el texto no es el autor, ni el sujeto, sino la lengua misma que determina la forma de la narración. No hay ninguna posibilidad de contar algo completamente nuevo porque la lengua no permite esto. No es así que el lector lee (interpreta) el texto sino el texto convierte al lector en lector.
Después de la sobrestimación de la lengua y el establecimiento de una realidad hiperreal a base ella, la filosofía posmoderna inicia su des-construcción por disminuir su capacidad. Niega que sea un instrumento adecuado para registrar conocimiento fidedigno de una realidad objetiva. La lengua la sustituye por la que ella misma propone de modo que la realidad que percibimos es lingüística, consistiendo en narraciones, textos e idioma. Es una realidad imperativa, porque es la única que existe y a la vez relativa, porque consiste en muchas formas y ninguna de ellas es tan definitiva que puede reclamar la verdad absoluta.
Realidad es textualidad, dice el posmodernismo. Significado, interpretación, lógica, relación causal y estructura no tienen relación con la realidad objetiva, sino sólo con la realidad lingüística. El texto no se explica por el contexto (algo que no está en el texto) porque no hay nada fuera ni encima del texto. Cada texto se precede por otros textos y con ellos forma una red de intertextualidad. Comunicación es intertextualidad. El autor tiene la capacidad de producir un texto gracias a otros textos y el lector puede interpretarlo, gracias también a otros textos. Intertextualidad parece una sala de espejos en la cual un texto refleja nada más que otros textos. Palabras son señales y el significado de ellas no se produce por la referencia a cosas externas, sino por la referencia a otras señales. Una cultura, una religión, pero también la historia misma son conjuntos de sistemas lingüísticos.
4. Historia sin pasado
Crisis de la historia
El posmodernismo es una señal de que toda la confianza en la historia y en su destino favorable, tan característica del modernismo, se ha secado. Al hombre posmoderno sólo le queda un actuar sin sentido y sin esperanza. Es un ser que vive al día para disfrutar del momento. Las figuras de las películas le son más familiares que sus propios antepasados. Se ha separado de la historia pero no experimenta la ruptura. Es un individualista, sin historia y por eso sin contexto social, sin orientación por el pasado y sin esperanza en cuanto al futuro, buscando la satisfacción instantánea. Incluso las noticias diarias se hacen noticias sueltas que sólo confirman el sin sentido de la historia.
Todas las cosas de este mundo son fenómenos pasajeros, dice el filósofo de la historia F.R. Ankersmit, y por eso es muy probable que la historia misma también sea pasajera. Por tanto: si el fin y el final de la historia son idénticos, entonces el fin de la historia es la aniquilación. Este nihilismo profundo es el centro de la ocupación posmoderna con la historia. Si la historia no tiene sentido y si el pasado no tiene capacidad de orientación, entonces el conocimiento de la historia es superfluo. En la medida que el ahora todavía debe explicarse por el pasado, se lo entiende como el resultado de todos los fallos de las generaciones anteriores que manifiestan la vanidad de sus valores morales y espirituales. La historia ya no es una herencia que uno debe conservar, sino una ruina que tenemos que hacer habitable. Así se legitiman los cambios morales más radicales, y la conciencia histórica es tan débil que ya no ofrece ninguna protección conservadora contra ellos.
En el tiempo moderno las ideologías se legitimaban por la historia y daban sentido a ella. El contexto político del posmodernismo es el del fin de las ideologías. El momento dramático de la caída del muro de Berlín acabó con la su relevancia y también con la relevancia que daban a la historia. Otro aspecto del contexto que influye la crisis de la historia en el posmodernismo es la abundancia excesiva de la información histórica precisamente en un tiempo que duda el sentido de ella. La profusión aparentemente confirma el sin sentido porque complica la claridad del juicio histórico en lugar de favorecerlo. Incluso se habla del fin de la historia, pero resulta que la historia se acaba por irrelevancia, que la reduce a materia prima de la cinematografía.
Historicismo y posmodernismo
También la crisis de la historia que señala el posmodernismo, es una radicalización e intensificación de tendencias modernas. Sobre todo el historicismo, la profunda conciencia histórica de la segunda parte del siglo XIX, sin postura religiosa o ideológica definitiva, le atribuyó un valor casi metafísico por su capacidad de dar sentido a la realidad por medio de la explicación histórica. Por causa de su indecisión ideológica el historicismo pudo aliarse con idealismo, positivismo, existencialismo y con las ideologías militantes así que apenas lo encontramos en forma pura. Su forma más pura anticipa al pensamiento relativista del posmodernismo: es una conciencia histórica que se determina por su método (esteticismo) y que se manifestó como escepticismo profundo. Tiene interés en el pasado ‘por sí mismo’, dándole una relevancia propia que disminuye su relevancia educativa, pero en el fondo no tiene otro interés en la historia que conocer e investigarla. Aunque reduce la realidad a su apariencia histórica, no la ve independiente de la observación. Sólo por medio del esfuerzo intelectual del observador se trasforma en una realidad con cohesión y sentido. Por su relativismo y subjetivismo, el historicismo favorece el amoralismo, pues explica las normas como productos irracionales del desarrollo histórico. Haciendo esto, relativiza todos los valores morales o espirituales ya desconectados de sus raíces espirituales. Los valores sólo le interesan en la medida que hayan tenido influencia en cierta constelación histórica. La realidad histórica explica los valores y nunca los valores determinan la realidad.
Los mismos historicistas temieron las consecuencias de sus pensamientos. No obstante, el historicismo se convirtió en la cosmovisión del humanismo y del neoprotestantismo del siglo XIX que, tal vez más que el concepto científico de la realidad, que se desarrolló en el mismo tiempo, ha dominada el pensamiento burgués de este siglo.
A pesar del contraste evidente entre la profunda conciencia histórica del historicismo y el desinterés del posmodernismo, hay una continuidad entre los dos. El escepticismo y relativismo epistemológico y moral del historicismo ya contiene las mismas dudas con respecto a la posibilidad de obtener conocimiento fidedigno del pasado. El posmodernismo las radicaliza y las intensifica por la negación de la realidad y la objetividad del pasado. Según el posmodernismo la historiografía es anterior a la historia.
Historiografía posmoderna
El posmodernismo reduce todo el pasado y toda la historia a su realidad textual, así que el mundo y su historia son una construcción lingüística. Una narración histórica es una (hiper)realidad. Según estas ideas el historiador construye historia en lugar de reconstruir y representarla, como pretendía el modernismo. En el fondo historia no es otra cosa que una creación literaria, ficticia, estética, tan imaginaria como la imaginación y la ficción. El pasado y la historia ya no son criterios para definir la calidad de la narración porque el único criterio es estético.
La lengua habla, el autor ha muerto y el lector no puede penetrar en la realidad tras la narración, dice el posmodernismo. La creación de significado es impersonal y subjetiva, no depende del autor. Cada persona es su propio historiador.
Por la eliminación del autor, también se elimina el contexto así que cada hecho – si todavía podemos hablar de hechos - se convierte en un átomo sin explicación. Todos los hechos juntos forman un conjunto casual. Según estas ideas el texto no debe su significado al autor, ni tampoco al contexto histórico, sino a sí mismo y a otros textos. No explica ninguna realidad objetiva, sino sólo a si mismo y esto todavía sin pretensión de verdad absoluta.
Rechazo de la historia
Realidad es textualidad, dice el posmodernismo, realidad histórica también es textualidad. Esta estetización de la historia degrada a personas y hechos a textos y narraciones y renuncia a verdad, causalidad y cronología en la historia y también al juicio objetivo. Hay un rechazo de la historia misma en la historiografía posmoderna. La descalifican como macro-historia, el producto del dominio cultural del occidente que impone su concepto histórico a todo el mundo. Es la historia de los vencedores, hombres, blancos, un sistema que viola las muchas micro-historias. Posmodernismo quiere librar la historia de esta macro-historia y de sus métodos y cambiarla por una historiografía libre, escéptica, creativa, irónica, sin método profesional.
Aparecen propósitos nihilistas y revolucionarios en estas tesis, pues si la realidad histórica no es más que una construcción artística, legitimada por la historiografía, puede ser cambiada con el mismo derecho. Por renunciar a la capacidad de distinguir entre verdad y mentira, verdad y mito la historiografía posmoderna niega la capacidad de hacer justicia histórica a las víctimas. Ni aún puede tomar en serio su sufrimiento. ¿Cuál sería la consecuencia cuando estas ideas posmodernas se aplicaban a la jurisdicción?
5. Religión sin fe
Hemos observado el posmodernismo como la aceleración y radicalización de la crítica y del escepticismo moderno en la filosofía y la historiografía. También es la aceleración del secularismo. No obstante, no es el fin de la religión, sino que aparece como el inicio de una nueva espiritualidad.
Religión sin Dios; el fin del teísmo
El proyecto moderno era ‘hacerlo sin Dios’, establecer un control humano sobre todas las cosas. La teología moderna apoyó este proyecto y permitió al hombre decidir por sí mismo el contenido de sus creencias a base de la razón y de los sentimientos religiosos. El clímax del modernismo era la declaración de la muerte de Dios en el siglo XIX, que tenía su eco en la teología de la secularización de los años cincuenta y sesenta.
A pesar de que posmodernismo es una radicalización e intensificación del secularismo moderno, parece que la teología posmoderna es una moderación del humanismo agresivo y crítico de la teología moderna. Parece más modesta y más tolerante, por ser menos racionalista, respetando más las tradiciones religiosas y los conceptos teológicos. Sin embargo, a pesar de su crítica más moderada, su escepticismo es más profundo. El modernismo intentó librar la verdad bíblica de la cosmovisión antiguada, de sus mitos y de su historiografía ingenua, pero estas cuestiones ya no le interesan a la teología posmoderna. Es radical antiautoritaria y antidoctrinal, no se sujeta a la autoridad de los criterios premodernos, ni a los modernos. No se esfuerza para desmitologizar la Biblia, porque sus conceptos lingüísticos no distinguen entre mito e historia. Permite la paradoja que la historia bíblica, que si bien no ha acontecido, no obstante, es verdad, y esto significa que todo el contenido bíblico es mito.
Espiritualidad posmoderna
La religiosidad del posmodernismo renuncia a Dios y al teísmo, pero toma muy en serio su propia espiritualidad. Rechaza todo el racionalismo y es la transición de una fe doctrinal (premoderna o moderna) a una fe narrativa, poética y emocional. Su forma típica es la de ensayos y de talleres en los cuales des-construye todos los esquemas amplios de religión y de metafísica. Dios, como explicación y norma final de la existencia, es sustituido por una trascendencia inmanente, que consiste en momentos sublimes. Por la eliminación de la historia como realidad objetiva, también se elimina la historia de la salvación. Incluso la idea de la salvación se sustituye por el ofrecimiento de nuevas oportunidades. Dogma, doctrina, teología, antropología, soteriología no tienen más valor que metáforas que pueden ser sustituidas por otras nuevas, experimentales y visionarios, por espontaneidad y sensibilidad. Todo esto sin sistema y sin norma. Los creyentes posmodernos ya no buscan comunión basada en unanimidad con respecto al contenido de la fe, sino se satisfacen con el acto común de creer en algo.
Todo esto produce una verdad teológica relacional, relativa y subjetiva. El creyente posmoderno puede conservar cierta forma de teísmo, sin embargo, no cree en Dios pero espera que exista y se reserva para sí mismo el derecho de dar contenido a esta esperanza según sus preferencias. Como consecuencia admite tipos de teología con uso limitado y particularista que acaban con la catolicidad de ella: teología de la liberación, teología feminista, teología ecuménica. Cada creyente puede diseñar su propia fe, cada corriente su propia teología. La subjetividad y la multiplicidad de la verdad religiosa permiten un nuevo politeísmo. Por ejemplo: imágenes femeninas y masculinas de dios sustituyen la idea bíblica de Dios como Padre y la idea metafísica del dios absoluto. La consecuencia es que la ética cristiana que se conservó más o menos por el modernismo, también se fragmenta. La Escritura y la teología ya no pueden tener el mismo mensaje moral para toda la iglesia.
La espiritualidad posmoderna tiene mucho en común con la de la Nueva Era, pero la diferencia principal es su pesimista. Por eso que su espiritualidad es esperanza sin fe y fe sin verdad. La fe ya no es la realidad de lo que se espera, sino su ilusión. No se basa en verdad, sino en la ilusión de la verdad. Esta espiritualidad pesimista produce tipos de religión y teología que se obligan a callar sobre Dios, incluso a borrar su nombre y en esta forma la encontramos en la existencia posmoderna. Desconfía de toda religiosidad establecida y la descalifica como hipocresía. Se satisface con tópicos negativos con respecto a ella y así crea sus propios mitos.
Religión sin objeto; teología narrativa
La teología posmoderna ha perdido su objeto, que es Dios, pero esto no acontece por causa de que la fe y la teología cristiana hayan perdido por fin lo último de su verosimilitud. El hombre posmoderno renuncia a Dios, incluso al concepto metafísico de dios, porque ha perdido tanto su fe como su incredulidad. Los dogmas ya no son dogmas y la causa no es su propia inconsistencia, sino porque la fe se ha puesto fuera de servicio. La causa es la misma radicalización e intensificación del escepticismo moderno que des-construyó la razón. Este escepticismo des-construye el contenido de la fe, la fe misma e incluso la incredulidad. Excluye la posibilidad de que la fe pueda representar verdades religiosas fidedignas. Sólo puede producir verdades subjetivas, crear su propia hiperrealidad religiosa en forma de narraciones y textos. La teología se identifica con textualidad, la fe se hace una función de la imaginación y lengua precede a las dos. El creyente posmoderno se da cuenta de que crea su propia fe creyendo en ella.
Influencias posmodernas en el mundo evangélico
El pensamiento y la existencia posmoderna ejercen una influencia profunda sobre la fe, la iglesia y la teología en todas las denominaciones y cada uno de los creyentes. Hay una sensación amplia de la dificultad de la fe en el contexto actual, que a veces se expresa como una sensación de crepúsculo de Dios (Götterdämmerung, Richard Wagner). Muchas veces la teología y la fe personal no están a la altura de los desafíos de la realidad posmoderna. Parece que todas las tradiciones se hayan agotado y que también todo el entendimiento teológico sea provisional. Los sistemas doctrinales coherentes se sustituyen por eclecticismo, experimentalismo o por la seguridad artificial del fundamentalismo. Hay una tendencia de sustituir la unidad doctrinal de las iglesias por preferencias sociales y estéticas. En lugar de unidad de los conceptos se defiende espacio para la diversidad y la multiformidad. Liderazgo autoritario y profesional se cambia por un concepto bajo del ministerio y por la máxima participación de voluntarios. La fidelidad a la propia iglesia se disuelve en consumismo religioso. El optimismo con respecto a la diaconía y la misión de la iglesia en el mundo, fuerte en los años sesenta, se ha agotado. Hay una sensación de un abismo infranqueable entre el mundo y la iglesia, la sensación de la incapacidad de predicar el evangelio en el contexto cultural actual. Los creyentes se dan cuenta de la dificultad de vivir moralmente bien. Ya no pueden delegar la ética a las ideologías, ni a la ciencia, ni aún a la doctrina.
¿Cómo debe responder la iglesia a los desafíos de la existencia posmoderna? ¿Debe renunciar a elementos de la doctrina y de la práctica que se han vuelto un estorbo para la fe de la generación posmoderna, las verdades absolutas, la ética rigurosa? Las cuestiones señalan el peligro de sacrificar elementos esenciales al espíritu del tiempo y una ‘iglesia que se casa con este espíritu, pronto será viuda’, ya dijo el teólogo neerlandés Hendrik Berkhof.
6. El significado teológico del posmodernismo
El cristiano ha de discernir las señales del tiempo (Mat. 16.3). Hay tiempos de refrigerio y otros tiempos más difíciles en los cuales los cristianos sufren un sofoco espiritual y la obra de evangelización parece imposible (Hech.3.16; 1Tim .4.1-2; 2Tim.3.13; 4.3; 2Pedro 3.3; Jud.1.18). Hay tiempos de gracia y tiempos de juicio. ¿Cómo hemos de valorar el posmodernismo, como un tiempo de refrigerio, un juicio o sólo un tiempo como cualquier otro, una apariencia de este mundo que pasará (1Cor. 7.31)?
La primera parte del siglo XX, el tiempo de Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, se caracterizó por una sensibilidad profunda, casi profética, por las condiciones críticas de la cultura occidental y de la iglesia cristiana. Hubo una conciencia general de crisis de la cultura por causa del nihilismo moral y espiritual y una igual conciencia de responsabilidad. Tres voces de la mitad del siglo XX que observaron fenómenos que ahora se llaman posmodernismo pueden ilustrar este espíritu: El filósofo de la historia neerlandés, Johan Huizinga (muerto 1944), preocupado por la negación nihilista de los valores metafísicos (razón, sentido, verdad, justicia) dijo: Una cultura debe tener una orientación metafísica, o no puede existir. ¿Es posmodernismo el final de la cultura occidental? En el año 1944 Dietrich Bonhoeffer (muerto 1945) en sus cartas desde la prisión observa un mundo sin religión. La religiosidad metafísica de la época moderna, después de sustituir la fe en el Dios vivo, se había hecho inverosímil a sí misma. Bonhoeffer busca una fe en Dios sin contaminación por la metafísica y se pregunta: ¿Podemos hablar sobre Dios sin religión, es decir sin suposiciones metafísicos y psicológicas características del tiempo? ¿De verdad la religión (la religiosidad) es una condición de la salvación? En el año 1945, Helmut Thielicke, teólogo luterano alemán, consta que el modernismo había producido un tipo de persona insensible para las preguntas por la verdad, el sentido de la vida y la salvación. Un tipo de persona sin apoyo, con sólo postura. Según Thielicke el nihilismo moral y espiritual es el efecto del juicio de endurecimiento por causa de la exclusión intencionada de Dios del mundo moderno. Por eso que no lo trata como un fenómeno meramente cultural y filosófico, sino como un problema pastoral, a pesar de su extensión general.
Conclusiones cautelosas
Es obvio que no es posible una separación radical de la fe cristiana y la metafísica. No hay salvación por la fe en Cristo que no a la vez explique la existencia y satisfaga los deseos más profundos del hombre. El posmodernismo manifiesta que cristianismo sin religión, que buscaba Bonhoeffer, no puede existir. Sólo produce espiritualidad sin fe, sin razón, sin criterio y al final sin contenido. Una espiritualidad que a la vez es cínica por su descalificación de todos los valores, frívola por su experimentalismo y hedonista por convertir la religión en una diversión más. Para responder al posmodernismo hemos de mantener el humanismo de la Palabra de Dios que reconoce la miseria del hombre, su necesidad de salvación y sus aspiraciones más profundas. Este reconocimiento es más que una suposición o una coincidencia. Es activo y efectivo, porque precede y anticipa a las aspiraciones más profundas, precisamente por despertarlas. Por ejemplo, las bienaventuranzas del Sermón del Monte despierten la sed de justicia, pureza y paz, la necesidad de salvación y misericordia, al deseo de conocer a Dios y a continuación responde a estas aspiraciones.
La nueva espiritualidad del posmodernismo de ninguna manera es arrepentimiento en el sentido neotestamentario de cambio de opinión por causa de la palabra de Dios, sino endurecimiento. Por eso que el posmodernismo no es el fin de la incredulidad del modernismo, sino su intensificación y radicalización. Endurecimiento es el momento en el cual los argumentos incrédulos se confirman aparentemente por la realidad del mundo. En la Escritura siempre es un momento de juicio en el cual la causa y las consecuencias del mal coinciden (Salmo 81.12; Is. 6.10-11; Ap.22.11).
¿Hay futuro después del posmodernismo; hay una posibilidad de una liberación del mismo? La idea general de la salvación en la Escritura no es la de una liberación del juicio, sino la de una salvación a través del juicio. Para nuestra generación significa que no hay vuelta atrás del posmodernismo. La iglesia ha de pasar por la prueba del mismo, ha de padecer sus tentaciones y también las consecuencias políticas y sociales de su amoralidad. Sorprendente y preocupante es que la mayoría de las observaciones cristianas actuales del posmodernismo sean neutrales o predominantemente positivas. Lo valoran como un fenómeno histórico neutral, incluso esperan que la espiritualidad posmoderna sea una oportunidad nueva para la predicación del evangelio. ¿Cómo pueden valorar positivamente una corriente cultural que es catastrófica para la moral de nuestro mundo y que paraliza la iglesia, una espiritualidad que no sólo sustituye el contenido de la fe, sino también la fe misma? Parece que estas observaciones carezcan del sentido profético que en la primera parte del siglo XX era común entre los cristianos y humanistas más sensibles.
Posmodernismo manifiesta la imposibilidad de fundar la fe en algún tipo de subjetividad, sean los sentimientos religiosos o experiencias espirituales. Debe tener una base más sólida. Hebr. 11.1 nos ayuda por decir que la fe es la realidad de las cosas que se esperan y la evidencia de las cosas invisibles. Las cosas que espera un cristiano son las mismas que las cosas invisibles. Son las cosas de Dios, incluso Dios mismo. Así entendemos que la fe es la realidad y la evidencia de Dios.
Posmodernismo para la iglesia no es una cuestión cultural, sino pastoral. Es una cuestión de la predicación del evangelio al mundo en el cual la función de fe y de confianza ha cesado. Más que nunca, por las condiciones especiales de la situación cultural, tenemos que concentrarnos en el centro del evangelio mismo que es Jesucristo. No hemos de dudar la eficacia del evangelio, porque es poder de Dios para salvación (Ro.1.16) y, sobre todo, Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebr.13.8). El evangelio todavía pide arrepentimiento y lo efectúa por despertar y apelar a las aspiraciones más profundas del hombre, Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mat.5.6).
Posmodernismo reduce la verdad de la Escritura a una narración, pero tal vez que esta misma narración, la narración relevante de la historia de Jesucristo y de la vida de los creyentes del Antiguo y del Nuevo Testamento es la forma más apropiada de la predicación bíblica en el mundo posmoderno. En este mundo el evangelio ya no es confirmado por conceptos, valores y normas de una cultura que él mismo ha establecido. Por eso que ya no tiene sentido de apelar a ellos. Igual que en la iglesia antigua y en todas las situaciones misioneras, la predicación del evangelio en el mundo posmoderno tiene que crear su propio espacio, un espacia de lengua, de comprensión y de experiencia, un espacio donde Cristo es verdad y realidad y donde la fe es posible. Esto acontece en la predicación narrativa.
Literatura
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The posmodern history reader, ed. Keith Jenkins (London New York 1997)
Johan Huizinga, In de schaduwen van morgen (Haarlem 1935)
H. Thielicke, Fragen des Christentums an die Moderne Welt, (Ginebra 1945)
Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y Sumisión
Ponencia en el VIII seminario presencial del CEIBI.
POSMODERNIDAD: EL RETORNO DE DIOS
(fragmento)
Álvaro Daniel Farías Díaz*
El nacimiento de la postmodernidad
Al comenzar el estudio de la postmodernidad, la primera tentación es la de buscar una definición que la caracterice, pero la postmodernidad no es susceptible de una definición clara ni de una teoría acabada que la explique. La postmodernidad es ante todo, un nuevo estilo de vida. Podemos hablar de que hay una "postmodernidad de la calle" y de que hay también una "postmodernidad de los intelectuales" (Lyotard, Vattimo, Baudrillard, Lipovestky, Derrida, etc.). Pero éstos filósofos no son otra cosa que notarios que levantan acta de lo que pasa en la calle.
No podemos fechar exactamente el nacimiento de la postmodernidad, pero como dato curioso podemos citar a Charles Jencks (arquitecto norteamericano) que afirma que la postmodernidad nació el 15 de julio de 1972 exactamente a las 3:32 de la tarde, cuando dinamitaron en Saint Louis (Missouri EE.UU) varias manzanas que habían sido construidas en los años cincuenta sometidas a los estándares modernos de zonificación, colosalismo y uniformidad, porque se vieron obligados a reconocer que la máquina moderna para vivir - tal como la definió Le Corbusier - había resultado inhabitable. La postmodernidad surge a partir del momento en que la humanidad empezó a tener conciencia de que ya no era válido el proyecto moderno. No podemos entender bien la postmodernidad si no percibimos que está toda ella hecha de desencanto.
Adiós a la idea de progreso
La modernidad fue el tiempo de las grandes utopías sociales: los ilustrados creyeron en una próxima victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por medio de la ciencia; los capitalistas confiaban en alcanzar la felicidad gracias a la racionalización de las estructuras de la sociedad y el incremento de la producción; los marxistas esperaban la emancipación del proletariado a través de la lucha de clases... Las discusiones sobre el "como" podrían serinterminables, pero la convicción compartida por todos era que "se puede".
Pero a lo largo de los últimos cincuenta años, todas estas esperanzas se han manifestado inconsistentes. Es verdad que la ciencia ha beneficiado notablemente la vida de las personas, pero también ha hecho posible desde el holocausto judío hasta las tragedias de Hiroshima y Nagasaki; el marxismo en vez de traer el paraíso comunista, dio origen a la masacre de Tianan men; las sociedades capitalistas avanzadas han alcanzado un alto nivel de vida, pero están a su vez corroídas por dentro por el gusano del tedio y del sin sentido... En resumen, para toda una generación, el mundo, de pronto, se ha venido abajo.
Los postmodernos tienen la experiencia de un mundo duro que no aceptan, pero no tienen esperanza de poder cambiarlo. Y, ante la falta de posibles alternativas, una melancolía suave y desencantada recorre los espíritus. Para Vattimo, momento del nacimiento de la postmodernidad en filosofía es con la idea nietzcheana del eterno retorno de lo igual, el fin de la idea de la superación característica de la modernidad: "Si la modernidad se define como la época de la superación, de la novedad que envejece y es sustituida por una novedad más nueva, en un movimiento incesante que desalienta toda creatividad al mismo tiempo que la exige y la impone como única forma de vida... si ello es así no se podrá salir de la modernidad pensando en superarla. El recurrir a fuerzas eternizantes indica ésta exigencia de encontrar un camino diferente. Nietzsche ve con mucha claridad, que la superación es una categoría típicamente moderna y que por lo tanto, no puede determinar una salida de la modernidad" Los postmodernos consideran a la idea de progreso un espejismo, y no se consideran a sí mismos llamados a superar. Hablan de postmodernidad simplemente porque su tiempo ha aparecido después de la modernidad.
El fin de la historia
Los filósofos postmodernos afirman que la historia ha sido un invento de los historiadores y ésta sólo existe en los libros de texto. En realidad hay tan sólo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. El mundo está constituido por una multitud de átomos-individuos que estamos juntos por casualidad. No tenemos ningún proyecto. Simplemente nos cruzamos unos con otros, o incluso nos atropellamos unos a otros.
Los postmodernos afirman que los historiadores han tenido poca memoria y han recordado pocos acontecimientos. Si hubieran recordado todos, se habría visto que no existe otra cosa que un caos de biografías individuales. La gran historia se disuelve en muchas historias microscópicas. Tantas como individuos.
Los modernos, creyendo posible construir un futuro mejor, sacrificaron el presente al futuro y, como no hay futuro, se quedaron sin presente y sin futuro. Los postmodernos, convencidos de que no hay posibilidad de cambiar la sociedad, han decidido disfrutar del presente con una actitud hedonista que recuerda el carpe diem.
Hedonismo y "resurrección de la carne"
La postmodernidad es el tiempo del "yo" del intimismo. En las librerías de "best sellers" abundan los libros de técnicas sexuales, los libros sobre la "meditación trascendental", las guías de cuidados para el cuerpo, los remedios para la crisis de la vida adulta, la psicoterapia al alcance de todos, el control mental, el Rei Ki, etc. Y todo esto se explica porque a raíz de la pérdida de confianza en los proyectos de transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar todas las fuerzas en la realización personal, y aparece una neurasténica preocupación por la salud que se manifiesta en la obsesión por la terapia personal o de grupo, los ejercicios corporales y masajes, el sauna, la dietética macrobiótica y las vitaminofilias, la bioenergética, etc.
Los hombres modernos gustaron identificarse con Prometeo, que, desafiando la ira de Zeus, trajo a la tierra el fuego del cielo, desencadenando el progreso de la humanidad. En 1942, Camus sugirió que el símbolo idóneo no era tanto Prometeo como Sísifo, que fue condenado por los dioses a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde volvía a caer siempre por su propio peso. Ahora llegaron los postmodernos y dicen "¡dejemos la roca abajo y disfrutemos de la vida!". Los postmodernos, olvidándose de la sociedad, concentran todos sus esfuerzos en la realización personal. Hoy es posible vivir sin ideales, Lo que importa es conseguir los ingresos adecuados,conservarse joven, cuidar la salud... Con mucha razón los estudiosos de estos fenómenos han hecho notar que el símbolo de la postmodernidad ya no es Prometeo ni Sísisfo, sino Narciso, el que enamorado de sí mismo, carece de ojos para el mundo exterior.
La vida sin imperativo categórico
La postmodernidad significa también la muerte de la ética. Eliminada la historia, ya no hay deudas con un pasado arquetípico ni tampoco obligaciones con un futuro utópico. Cuando queda tan sólo el presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo que quiera. Ahora la estética sustituye a la ética. Como dice Joaquín Sabina, "al deseo los frenos le sientan fatal. ¿Que voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan...?"
Freud afirmó "En el proceso de maduración, el yo averigua que es indispensable renunciar a la satisfacción inmediata, diferir la adquisición de placer, soportar determinados dolores y renunciar, en general, a ciertas fuentes de placer (...) El paso del principio del placer al principio de la realidad constituye uno de los programas más importantes del desarrollo del yo." En la Postmodernidad es el ello el llamado a mandar. Desaparece toda barrera; todo es indiferente y, por lo tanto, nada está prohibido. Para los postmodernos ¡vive feliz! es el único imperativo categórico.
Siento luego existo
En la postmodernidad el homo sapiens ha sido sustituido por el homo sentimentalis. El homo sentimentalis no es simplemente el hombre que siente, sino el hombre que valora el sentimiento por encima de la razón. Milan Kundera, exponente de la postmodernidad en literatura, escribe: "Pienso, luego existo es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento, luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general." A la tiranía de la razón ha sucedido ahora una explosión de la sensibilidad y de la subjetividad. En algunos círculos, el ataque contra la razón y la objetividad ha alcanzado dimensiones de cruzada, y algunos jóvenes hacen suya la afirmación de Nietzsche: "Todos los pensamientos son malos pensamientos... El hombre no debe pensar."
Imperio de lo "débil", de lo "light"
Los postmodernos niegan los grandes discursos de la modernidad sin refutarlos, porque emprender el trabajo de refutarlos supondría que siguen tomando en serio la razón. En la postmodernidad no queda más remedio que acostumbrarse a vivir en la desfundamentación del pensamiento; únicamente hay lugar para un pensamiento débil y fragmentario: "Yo, aquí, ahora, digo esto." La postmodernidad es la desvalorización de las grandes cosmovisiones. Lyotard sostiene que la postmodernidad es el fin de los metarelatos.
Nihilismo
Los postmodernos prefieren vivir en la desfundamentación de pensamiento. No sólo consideran que las convicciones firmes que dieron seguridad y razones para vivir a las generaciones pasadas han desaparecido para siempre, sino que aceptan el hecho sin ningún sentido de tragedia. Lipovestky afirma: "Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo: ésta es la alegre novedad."
Las grandes cosmovisiones son, según los postmodernos, potencialmente totalitarias. Todo aquél que se siente depositario de una gran idea trata de ganar para ella a los demás y, cuando éstos se resisten, recurrirá fácilmente al terror. En cambio quién se sabe portador de un pensamiento débil será necesariamente tolerante para con quienes piensan de forma distinta.
El individuo fragmentado
El individuo postmoderno, al rechazar la disciplina de la razón y dejarse guiar preferentemente por el sentimiento, obedece a lógicas múltiples y contradictorias entre sí. En lugar de un yo integrado, lo que aparece es la pluralidad dionisíaca de personajes. De hecho, se ha llegado a hacer un elogio de la esquizofrenia.
Todo lo que en la modernidad convivía en tensión y conflicto convive ahora sin dramas, furor ni pasión. Cada cual compone "a la carta" los elementos de su existencia tomando unas ideas de acá y otras de allá, sin preocuparse demasiado por la mayor o menor coherencia del conjunto. Estamos de vuelta del racionalismo, y ahora manda el sentimiento.
El individuo postmoderno, sometido a una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de estructurar, hace de la necesidad virtud y opta por un vagabundeo incierto de unas ideas a otras. El postmoderno no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas. Pasa de una cosa a la otra con la misma facilidad con que cambia de detergente.
También en las relaciones personales el postmoderno renuncia a los compromisos profundos. La meta es ser independiente afectivamente, no sentirse vulnerable. El medio para conseguirlo es lo que ha sido llamado el "sexo frío" (cool sex), orientado al placer breve y puntual, sin ambiciones de establecer relaciones excluyentes ni duraderas.
Los "tics" del lenguaje dicen mucho al respecto de la Postmodernidad. Al encontrarse dos amigos de mentalidad moderna, se preguntaban con naturalidad: "¿Qué es lo que hacés?" (en la modernidad se daba por supuesto que siempre había que estar haciendo algo). Para la cultura postmoderna esa pregunta sería un insulto. No se trata de hacer, sino de estar. La pregunta hoy sería: "¿En que estás?", con el signo de transitoriedad que en castellano tiene el verbo estar. Canta Joaquín Sabina: "Cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la reencarnación".
Tolerancia e indiferencia
Con la pérdida de confianza en la razón, se ha perdido también toda esperanza de alcanzar cualquier consenso social. Hoy cabe todo y todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias culturales. Alguien ha afirmado de manera jocosa: "Hace no sé cuántos años dijo no sé quién que cualquier cosa despojada de su utilidad es arte. Esto significa que si ves un retrete colgado en el techo, no intentes la meada parabólica, antes bien hay que consultar el catálogo."
Los hombres modernos creían todavía que la libre confrontación de opiniones conduciría antes o después a un acuerdo en torno a la verdad y la justicia. Los postmodernos ni creen alcanzar ese grado de integración social ni tampoco lo desean en absoluto. Como afirmaba Nietzsche: "Mi juicio es mi juicio (...) y otro no tiene derecho a él. Hay que desterrar el mal gusto de querer compartir el parecer de muchos. Un `bien´ ya no es un bien en boca del prójimo. No puede haber, por lo tanto, un `bien común´. Esa expresión encierra una contradicción en sí misma". Parece que entre nosotros desde hace un tiempo ha empezado a darse un nuevo modo de ser más ecléctico y liberal, que huye de las opiniones "fuertes", por considerarlas de mal gusto desde el punto de vista estático.
El retorno de los brujos
Si el racionalismo de la modernidad socavó las creencias religiosas, no podemos sorprendernos de que la reacción postmoderna haya traído consigo un retorno de lo religioso. En cuestiones de religión la modernidad se negó a creer lo que era digno de credibilidad, la Postmodernidad no pone reparos en tragarse lo increíble. Podemos ver en la religiosidad postmoderna la "venganza de lo reprimido" de la que habló Freud: la modernidad inhibió la sed de Dios, que es un constitutivo del ser humano, y ahora brota en estado "salvaje". Quizás sea también expresión de una sociedad peligrosamente frustrada que se está volviendo cada vez más receptiva a soluciones mesiánicas y fanáticas. Y desde luego, no podemos descartar en ello una crítica implícita a una religión cristiana que en los últimos años había adquirido rasgos moralistas e intelectuales.
El retorno de Dios
Pero en la postmodernidad no sólo retornan los brujos; también retorna Dios. Es lógico que, al entrar en crisis la razón del racionalismo, queden de nuevo abiertas las vías de acceso a la fe que la modernidad clausuró. Como decía Pascal: "el corazón tiene sus razones que la razón no conoce". Sin embargo, en la postmodernidad Dios no puede ser demasiado exigente. Debe contentarse con lo que se ha llamado "la religión light".
Dado que el postmoderno obedece a lógicas múltiples, frecuentemente prepara él mismo su "cóctel religioso" con unas gotas de islamismo, una pizca de judaísmo, algunas migajas de cristianismo, un dedo de nirvana; todas las conminaciones son posibles, añadiendo para ser un poco más ecuménico, una cucharadita de marxismo o un paganismo a gusto del consumidor. Teniendo presente el rechazo postmoderno a la fundamentación, no debe sorprendernos que al individuo no le preocupe en lo absoluto la falta de coherencia del conjunto.
Rasgos de la crítica postmoderna a la religión
El pensamiento postmoderno, en cuanto declara el fin de todo proyecto y normativa histórica totalizante, no solo es un enemigo frontal de la modernidad, sino también de cualquier otro donde aparezca la pretensión de sentido global y de orientación general de la vida. La postmodernidad es una forma de ateísmo nihilista que no pretende reapropiarse nada, y por eso mismo representa el rechazo máximo de Dios y la religión. La postmodernidad recoge la bandera nihilista izada por Nietzche y declara ya el momento de tomar en serio la muerte cultural, conceptual, de Dios. No se trata de un ateísmo cualquiera o de la irreligiosidad sin más, sino de la desaparición de Dios y su rastro.
Hasta ahora, el ateísmo clásico que podía venir representado por Feuerbach, Marx y Freud, trataba de disputar a Dios un espacio, unos valores y una libertad que precisamente su afirmación parecía negárselos al hombre. El ateo negaba a Dios para afirmar un proyecto de hombre. La esencia alienada del hombre era reivindicada en el rechazo a Dios. A la centralidad excluyente de Dios le venía a sustituir la no menos excluyente de hombre. El ateísmo clásico representaba la reacción humanista frente a la concepción alienante de Dios y de la religión. Pero este ateísmo humanista estaba guiado por un proyecto: unos ideales de cultura y de sociedad donde el hombre fuera realmente el responsable de su construcción. Para ello el énfasis en la razón, sobre todo científica, y en la organización racional de la sociedad, y en la política como camino hacia una mayor libertad y emancipación del hombre y hacia una sociedad más justa, solidaria e igualitaria.
El giro postmoderno significa el abandono y confrontación con este humanismo moderno. Para el pensamiento postmoderno "la muerte de Dios" representa a la vez, la liquidación del humanismo. Accedemos a través de la "muerte de Dios" al descubrimiento de la inexistencia de fundamento alguno donde asentar nada, llámese realidad, mundo, historia, razón, sentido..., o cualquiera de las grandes palabras que, a su vez, sostienen a otras no menos importantes, como libertad, justicia y verdad.
Tres son, por tanto, los nuevos rasgos de este ateísmo postmoderno:
a) No es un ateísmo de reaprobación. Frente al ateísmo clásico que buscaba en la eliminación de Dios la entronización del hombre, lo propio de la postmodernidad es no querer heredar nada con la "muerte de Dios". No se le arrebata al creyente nada para devolvérselo. No se trata de expropiaciones o restauraciones en nombre de un proyecto humano para el que la fe sería un obstáculo.
b) No es un ateísmo humanista. No es la muerte de Dios para glorificar al hombre. No se sustituye a Dios por el hombre. No se busca elevar a este "pequeño dios" que es el hombre. Ni tampoco se busca defender los valores humanos sustraídos a nuestra cultura, a nuestra sociedad o a nuestro tiempo por alguna institución (Iglesia) o alguna clase (aristocrática o burguesa).
c) El ateísmo postmoderno es un nihilismo positivo. Siguiendo a Nietzche, entienden que la "muerte de Dios" y la desvalorización de los valores supremos abren vertiginosas potencialidades. Sin Dios, se trata ahora de buscar sentido en la pérdida de sentido. Ver la existencia desfundamentada como "chance". Es el nihilismo como valor, como ocasión para elegir y dar valor a las cosas.
Postmodernidad y el Dios cristiano
La actitud postmoderna postula una y otra vez una apertura a la realidad, manantial de la vida y del ser, que juzga cerrado por el conceptualismo y la logificación moderna. Hay una defensa de la vida, de su inagotabilidad e inefabilidad, constreñida, atada, por los lazos del dominio estrecho de lo racional. Contra este encadenamiento desecador se alza la cruzada postmoderna antimetafísica y anti-fundamentadora. Pero en la mayoría de los escritos de los autores postmodernos, laten unas expectativas cuasi místicas ante la realidad vivida desde una apertura mental y vital no encajonada por los moldes mentales de la racionalidad funcional moderna.
El primado de la experiencia
El absoluto es aquello de lo que no se puede hablar. Hay que gozarlo en el manantial de la vida. La filosofía de la mañana postmoderna apela al pensamiento tentativo, fragmentario y fruitivo. Parece decirnos, con su continua distancia frente a las pretensiones objetivadoras y controladoras del pensamiento predominante, que frente al problema de la realidad, de la vida y del hombre, más que pensar hay que experimentar. Se apunta claramente hacia la supremacía de la experiencia sobre la razón en las cuestiones relativas al sentido último y, en general, como actitud vital en todas las cuestiones. Esto se percibe en el modelo predominante en que se inscribe el pensamiento postmoderno: el cambio de paradigma que gira de la conciencia hacia el lenguaje (comunicación). El predominio, señalado reiteradamente por Lyotard, de lo performativo sobre lo denotativo, de los contextos de uso sobre los significados, señala esta preeminencia de la pragmática sobre la teoría.
Considerada desde el punto de la credibilidad y la aceptación, la fe se juega también más en el terreno de la práctica y la experiencia que en el de la argumentación y el convencimiento racional. Este siempre tiene una función crítica, nada despreciable, de eliminador de obstáculos y facilitador de la audición del mensaje. Pero en último término, la fe se acepta por experiencia propia. Hay una especie de contagio o participación en la experiencia del otro, que me lleva a comprender y aceptar su propuesta de sentido.
La religiosidad en la era postmoderna
Ya no movilizan la sensibilidad actual la transformación de la realidad y la superación de lo que se llamó "la paradoja cristiana": la esperanza de los creyentes piadosos que no tenía repercusión en la situación desesperanzada de la realidad socio-política y económica. Hoy, parece que la utopía cristiana no siente la necesidad de hacerse creíble históricamente si no es permaneciendo exclusivamente como religiosa. Estaríamos frente a una religiosidad que propone a sus fieles fines espirituales y religiosos. Un cambio radical que sitúa en el lado opuesto de las preguntas de las décadas de los 60, 70 y 80, que hacían del compromiso político el centro unificador de la vida de los creyentes.
Hoy se solicita de la religión que colme el vacío dejado por el fracaso de la utopía moderna. La religión vendría a ser como uno de los lugares donde se resiste al proyecto de la modernidad. La crítica postmoderna encontraría en la religión uno de los vectores institucionales donde se cristaliza y se expresa para amplias mayorías no intelectuales el malestar de la modernidad. Se cuestionan no sólo los valores de la modernidad (la racionalización, el pragmatismo, la organización, la disciplina, etc.), sino el estilo de vida, los imperativos éticos e intelectuales que están en el trasfondo del desarrollo moderno occidental: el progreso, el desarrollo tecnológico y la expansión del consumo.
Una de las características más llamativas de esta religiosidad postmoderna es lo que utilizando la expresión weberiana se ha definido como "las comunidades emocionales". Distintos grupos de inspiración cristiana que predominan hoy en la Iglesia como: carismáticos católicos, grupos rurales neomonásticos, comunidades neocatecumenales, círculos fundamentalistas, grupos de oración corporal, zen, círculos ecuménicos "libres", etc. Todos ellos presentan una serie de rasgos como los siguientes:
a) Adhesión personal voluntaria a dichos grupos, que crea un fuerte lazo emocional entre sus miembros. Normalmente son grupos reunidos en torno a un personaje "carismático", a cuyo "rol" profético se apela con frecuencia.
b) Relativa porosidad en sus fronteras: las comunidades emocionales son, por lo general, modos flexibles de asociación. Es decir, predomina una relación subjetiva y pragmática del compromiso con un grupo religioso y aun con la religión misma. Se subraya así el vínculo interpersonal y su libertad frente a las implicaciones sociales.
c) Predominio de la experiencia espiritual de los participantes frente a las formulaciones dogmáticas u objetivas. El control de la ortodoxia lo ejercen los investidos de poder dentro del grupo.
d) Localismo, en el sentido de que el horizonte y la legitimación de su existencia recaen sobre el propio grupo y sobre el portador del "carisma". Este rasgo hace a estos grupos pocos receptivos y bastante alérgicos a las normas establecidas desde fuera de ellos.
Esta descripción de rasgos comunes es matizable en uno u otro aspecto cuando se aplica a un grupo determinado. Pero sirve para tratar de aprehender una sensibilidad de nuestro tiempo. Todos los autores reconocen que estas nuevas tendencias religiosas no son puro efecto de una reacción antimoderna. Estos movimientos mantienen rasgos típicamente modernos: así, por ejemplo la adaptación de los dogmas a las necesidades y gustos de los individuos (una especie de fe a la carta), es un utilitarismo religioso que se está extendiendo en muchos de estos grupos incluso dentro de la Iglesia Católica. Igualmente, la espiritualidad de estos grupos tampoco deja de tener incidencia en la vida personal de los individuos, tanto interior como exterior, puesto que ofrece desde ventajas socio-psicológicas hasta éxitos en otras actividades. Nos encontramos ante un fenómeno que, si bien presenta rasgos de rechazo del proyecto de la modernidad, no puede caracterizarse masivamente de anti-moderno, porque, a pesar de contener muchos rasgos críticos de la modernidad, también ofrece valores y resultados de la misma.
El fenómeno sectario, la New Age, el neo-paganismo
Todo un trabajo de investigación merecerían cada uno de estos tres temas, pero por su importancia en la cultura de nuestro tiempo, por los desafíos filosóficos, teológicos y pastorales que implican y por que creemos que están íntimamente relacionados con la postmodernidad, los analizaremos brevemente. Nuestro momento actual dista mucho de desconocer la fascinación por lo sagrado, que irrumpe por caminos que parecían ya poco transitados o reservados a los marginados de la religión. Quién se sorprende ya por ciertos programas de televisión, ciertos programas de radio, ciertos avisos en diarios y revistas en donde aparecen "ofertas religiosas" mezcladas con "ciencia": radiestesia, control mental, reiki, budismo, meditación trascendental, viajes astrales, Jesús cósmico, iglesias pentecostales, grupos gnósticos, etc. Pero, ¿qué es lo que está ocurriendo? los intentos de explicación son varios.
Se han dado explicaciones de tipo cultural por parte de espíritus crítico-sociales que hablan del predominio de una dimensión de la racionalidad vinculada a la ciencia, la técnica y la producción. Esta explicación, con variantes y matizaciones múltiples se puede aplicar fácilmente a la situación de la religión en la modernidad. Ha habido una auténtica represión cultural de las dimensiones que se abren a la profundidad de la realidad de las que vive la experiencia religiosa. Esta represión de lo sagrado, tenía que aflorar por algún sitio. Y, siguiendo la sugerencia psicoanalítica, aparece ahora en manifestaciones deformadas, aberrantes, de eso reprimido. He aquí una explicación cultural de la ola nebuloso-esotérica que nos invade.
Un segundo tipo de explicación sería la crítico-religiosa, efectuada desde el interior mismo de nuestra tradición cristiana y que responde a la pregunta: ¿Por qué aparece este fervor religioso por la vía de lo esotérico, lo trivial o lo misticoide, y no por la vía de una revitalización cristiana? Hemos caído en el acartonamiento ritual, sacramental y catequético; hemos vaciado la religión de misterio con tanta moralización y tanta rutina. Los espíritus deseosos de encontrarse con Dios han encontrado ideologías progresistas o conservadoras, pero no experiencia interior; por eso se han marchado por otros caminos, a veces disparatados. Hay quién ha afirmado que esto es una bofetada del Espíritu Santo a las religiones tradicionales que no han sabido responder a las necesidades del hombre actual.
La tercera explicación nos introduce de lleno en ese mundo de la "New Age" religiosa, o sensibilidad mística de nuestro tiempo. Nos hallaríamos ante el inicio de una nueva época (la de Acuario) que supone una sensibilidad diferente de la que ha predominado hasta hoy (era de Píscis), más belicosa, delimitativa, institucionalizada y racionalista.
La nueva religiosidad postmoderna no es cristiana, pero tampoco es anti-cristiana, sino que supera al cristianismo recurriendo a otras denominaciones, y haciendo de ellas una verdadera "ensalada religiosa".
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Bibliografía
1- Freud, Sigmund. "Lecciones introductorias al Psicoanálisis"Editorial Biblioteca Nueva, Madrid. 1960 3ª
2- González Carbajal. Luis. "Ideas y creencias del hombre actual" Editorial Sal Terrae, Santander. 1991
3- Lipovestky, Gilles. "La era del vacío" Editorial Anagrama, Barcelona. 1988 3ª
4- Lyotard, J F. "La postmodernidad (explicada a los niños)" Editorial Anthropos, Barcelona. 1990
5- Mardones, José M. "¿Adónde va la religión?" Editorial Sal Terrae, Santander. 1996
6- Mardones, José M. "Postmodernidad y cristianismo" Editorial Sal Terrae, Santander. 1988
7- Nietzche, Friederich. "El Anticristo" (obras completas t. 4) Editorial Prestigio, Bs. As. 1970
8- Nietzche, F. "Más allá del bien y del mal, aforismo 43" (obras completas t. 3) Editorial Prestigio, Bs. As. 1970
9- Pascal, Blaise. "Pensamientos" (obras completas) Editorial Alfaguara, Madrid. 198
10- Vattimo, Gianni. "El fin de la modernidad" Editorial Gedisa, Barcelona. 1990
Otras fuentes
11- Sabina, Joaquín. "Como decirte como cantarte" (Joaquín Sabina y viceversa) Ariola Eurodisc, Barcelona. 1986
12- Sabina, Joaquín. "Güisqui sin soda" (Joaquín Sabina y viceversa) Ariola Eurodisc, Barcelona. 1986
Álvaro Daniel Farías Díaz
*Al momento de escribir esta monografía, el autor era miembro asesor del Servicio de Estudio y Asesoramiento sobre Sectas y Nuevos Movimientos Religiosos del Uruguay (SEAS – Uruguay)