Dios y la iglesia
Valmore Amarís
En cuanto a su naturaleza y a su papel desempeñado y a desempeñar, la iglesia nunca ha dejado de ser desde el principio asunto sumamente controversial, complejo y sobre el cual existen opiniones muy diversas, sobre todo hacia su propio interior. Es decir, dentro del mundo cristiano.
Pero, primero ¿Qué estamos significando por iglesia? ¿Acaso las instituciones eclesiásticas? ¿Acaso a la comunidad intangible de creyentes en Jesús presente en multitud de agrupaciones y movimientos? ¿Acaso una confesión en particular? Nos parece que es procedente abrirnos a todo el espectro. Es decir, por iglesia entendemos aquí al individuo militante de la fe de Jesús como también a las estructuras eclesiásticas creadas y consolidadas en el tiempo, pasando por los movimientos que interactúan entre el nivel individual hasta los sistemas complejos.
La doctrina apostólica tocante a la iglesia la coloca como la entidad especial creada por Dios mismo, de acuerdo a un proyecto que el Creador se trazó para la historia humana. La iglesia representa el conjunto de "redimidos" en Cristo Jesús, y desde acá nos inscribimos en esta perspectiva. Algunos enfoques teológicos actuales no lo ven así. Pero nosotros, manteniéndonos dentro del esquema bíblico, partimos del hecho de su origen divino y lo estimamos formando parte y ocupando un rol dentro de un cuadro más amplio, al cual en las Escrituras se le denomina "el Reino de Dios".
A lo largo de la historia, algunos han remarcado la naturaleza visible del "reinado de Dios" por medio de la iglesia institucional, mientras que otros hacen hincapié en la esencia espiritual de la obra de Dios en medio del mundo material, y la iglesia es parte de ello. Por supuesto que encontramos una gama de posicionamientos intermedios. Pero, en todo caso, la agrupación de creyentes, sea cual fuere el tipo de asociación que le sirva de cobertizo, goza de una existencia objetiva que, por consecuencia lógica, es afectada por el entorno social y ella misma produce efectos reales. Esto es, generan condiciones en el mundo de las ideas y de la realidad material.
Desde la perspectiva de la fe de Jesús la iglesia existe para un fin. Las palabras de Jesús y las palabras apostólicas nos enseñan al respecto a través de sentencias tajantes:
"Ustedes son la sal de la tierra. Pero ¿para qué sirve la sal si ha perdido su sabor? ¿Pueden lograr que vuelva a ser salada? La descartarán y la pisotearán como algo que no tiene ningún valor. Ustedes son la luz del mundo, como una ciudad en lo alto de una colina que no puede esconderse. Nadie enciende una lámpara y luego la pone debajo de una canasta. En cambio, la coloca en un lugar alto donde ilumina a todos los que están en la casa." (Mt.5:13-15 NVI)...
"Yo les he entregado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco lo soy yo. Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos. Ruego también por los que han de creer en mí por el mensaje de ellos, para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí. Permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste y que los has amado a ellos tal como me has amado a mí." (Jn.17:14-23 NVI)...
"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt.28:19,20 RV)...
"Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pe.2:9 NVI).
Aquí, como en muchos otros pasajes bíblicos, se puede distinguir con bastante claridad el talante profético y escatológico al que está llamado la iglesia. Según estas Escrituras, la iglesia es un organismo de origen divino con una misión trascendente. La naturaleza de la iglesia determina el carácter de su misión. Una justa comprensión de la misión de la iglesia es la que permite mantener un discurso vigente y un accionar pertinente a lo largo del tiempo y las circunstancias.
Siendo la ekklesia de Cristo una entidad originada en Dios, y siendo su vocación de caracter extraordinario, es del todo perjudicial desvirtuar su compromiso consigo mismo y con el mundo con el cual le toca interactuar.
A causa de tal preocupación, nos permitimos señalar algunas perspectivas -a nuestro juicio- desenfocadas en cuanto a la misión de la iglesia, que acusan inquietantes compromisos teológicos, pero que poseen un notable arraigo en la manera de pensar popular:
1. Tal vez la deformidad más añeja, y que más perjuicios ha producido al testimonio cristiano, es la que involucra al movimiento de Jesúcristo con una estructura de poder mundano. Este modelo vio su apogeo en la etapa histórica medieval y persiste hasta hoy en formatos bastantes disminuídos, pero aún nocivos. La idea prevalente es que Dios ha delegado en ciertas autoridades de la iglesia, esto es, jerarquías supuestamente por Él instituidas, ejercer el control sobre los medios de gracia divina y sobre el ámbito de los "sagrado" en general, y, de ser posible, con poder político y económico. En el mundo evangélico muy reciente se está dejando entrever un tipo de percepción semejante, apelando a un discurso intensamente persuasivo. A esta perspectiva la identificamos como el enfoque autoritarista.
2. Una óptica bastante común, e igualmente longeva, es la que hace aparecer la iglesia como un segmento especial de la sociedad a quien le ha sido encargado, divinamente, la labor de transmitir y custodiar el orden moral y las buenas costumbres que surgen de la "religión" al resto de la comunidad humana. Es del todo viable encontrar conexiones entre esta noción de iglesia y la mencionada con anterioridad. En todo caso, lo que se propone aquí es que la iglesia es una institución inserta en la colectividad universal para "cristianizar" la cultura y las normas sociales convencionalmente establecidas. A esta perspectiva la identificamos como el enfoque moralista.
3. Otra manera de abordar la comprensión de la iglesia es la que se allega a ella como si fuese un espacio de recreación personal, al mejor estilo de un club de socios, o como si se tratase de una extensión de las ocupaciones y pasatiempos de alguna familia. En este formato de iglesia las personas vinculadas son estimuladas a involucrarse en una dinámica constante de actividades, programaciones, cursos, talleres, congresos, cargos, etc. Por lo general, le caracteriza la superficialidad doctrinal, de manera que las exigencias profundas de la fe no son los motivos centrales de su preocupación. A esta perspectiva la identificamos como el enfoque activista.
4.En tiempos muy cercanos, nos topamos con una idea tipo "mercantil" de la iglesia. La iglesia es como una empresa proveedora de productos de interés colectivo. Los productos promocionados en "venta" son de naturaleza "espiritual", y tienen que ver con el bienestar y la supuesta prosperidad que proceden de Dios. La preocupación por el sentido trascendente de la fe no se percibe tan a la vista. Mucho menos el compromiso con la cruz de la vida discipular. En su lugar, se acicatea el bienestar físico, mental y material para el aquí y ahora, más o menos en los mismos términos como se le conoce en los programas de autoayuda. A esta perspectiva la identificamos como el enfoque utilitarista.
5. Tampoco hay que pasar por alto una sutil distorsión de la naturaleza de la iglesia, que la presenta como una sociedad espiritual dispensadora de milagros y acciones sobrenaturales. La dificultad en este caso consiste en distinguir entre la facultad que posee el pueblo creyente, por la gracia del Espíritu de Dios, para ministrar sanidades y agenciar consuelo al sufrimiento humano, por múltiples vías, y, en contraste, una evidente alteración de esta acción de primordial significación que pretende practicamente reducir la vida en la fe de Jesús a un temerario operativo permanente de portentos sobrenaturales. En este ámbito eclesial hay una excepcional complacencia por los vaticinios de guerras, rebeliones, terremotos y desastres parecidos, pero también a los testimonios de viajes a otras dimensiones, todo ello como parte de una supuesta carga "profética" de la fe. A esta perspectiva la identificamos como el enfoque espiritualista.
Por supuesto que todas estas perspectivas no necesariamente se les encuentra en estado puro. Se entrecruzan entre ellas. Tampoco debemos pensar que no existan otras maneras de ver la razón de ser de la iglesia. Estos son, con bastante seguridad, los más comunes encuadres en cuanto a lo que es su misión con serias deficiencias en el trato teológico, como ya fue dicho. Podemos decir que son enfoques muy sesgados acerca del deber ser de la iglesia y su papel en el mundo. El atolladero en estos casos creemos econtrarlo en un par de obstáculos a superar:
(1) El primero de ellos es el hacer de un aspecto de la misión el fin en sí mismo. Toda misión auténtica está supeditada a un objetivo superior lo cual es lo que le brinda su pertinencia. La misión de la iglesia es que se ejecute la visión discipular registrada por ejemplo en Mateo 28:19,20, de manera sucinta. En ese orden de ideas, cuando una comunidad o una institucionalidad cristiana ejerce disciplina, orden, autoridad, programación, actividad, sanidad, compañerismo, y cualquiera otra acción de utilidad humana, lo hace (o lo tiene que hacer) con el fin de que todo el consejo de Dios, todas las instrucciones para la vida en el Reino de Dios en Cristo, todos los mandamientos de Cristo Jesús, sean dados a conocer a través de su intermedio. Esto es, la acción misional -por llamarla así, no es el fin, sino que es un medio para que el "cuerpo de Cristo" continúe en su proceso de conformación y consolidación. El fin en sí es la permanente configuración del carácter de Cristo Jesús a nivel personal y comunitario en su iglesia. Esto es importante advertirlo ya que, lamentablemente, la comunidad de fe en muchos casos está ocupada en un sin número de actividades bien intencionadas sin que su meta sea la finalidad ya señalada.
(2) En segundo lugar, la otra gran debilidad de las perspectivas misionales que soslayan la integralidad del evangelio, es su ineficiencia en lo que a la labor genuinamente profética le corresponde de cara a la sociedad. El profetismo verdadero es el que hace frente a los sistemas de este mundo. Denuncia sus trampas y sus contradicciones al proyecto de Dios. Cuando uno examina con cuidado el ideario de las representaciones misionales señaladas como incompletas, notará que le siguen la corriente a los valores mundanos; no está manifiestamente delineado el seguimiento a Jesús y la cruz que nos exigió cargar. En todas ellas la aspiración parece ser "salvar la vida", mientras que Jesús declaró que la salvación real se consigue es cuando la vida "se pierde" a causa del Reino. Esto es, la negación a sí mismo, el morir al egoismo y al egocentrismo, el generar vida en comunidad concienciadora con valores que no son los de "este mundo". Valores mundanos estos que se resumen en la búsqueda de fama, riquezas y poder. Un mensaje cristiano diluido en las ideologías de moda carecerá de eficacia y eficiencia profética. Resulta una insensatez y una deslealtad adaptar y reducir el multidimensional mensaje del Reino de Dios en Cristo Jesús a un solo aspecto programático en la misión, a una labor de tipo filantrópica o a un proyecto político de derecha, de centro o de izquierda. El evangelio de Jesús estará infinitamente por encima de cualquiera otra causa que con toda justicia abrace cualquier persona de fe. El asunto está en que no se confunda la causa parcial con el objetivo de fondo.
¿La iglesia hoy se encuentra en pleno ejercicio profético de su misión? ¿Cuando la iglesia se expresa, lo que se percibe es que Dios ha hablado? ¿Es la iglesia de Jesús en este momento heredera de las voces que declararon contundentemente "Así ha dicho el Señor"? De no ser así ¿A qué obedece? ¿Tendrá que ver con el espíritu de los tiempos posmodernos? ¿Habrá traicionado la iglesia a su lealtad a la Palabra, alucinado por una palabra humana que la usurpa? ¿Sin darse cuenta, la iglesia a sucumbido al fenómeno de la secularización posmoderna, con sus postulados hacia una fe des-comprometida, sincretista, relativista?
En nuestro país -y hay noticias de que en muchas partes de nuestro continente y del mundo, proliferan más y más congregaciones y movimientos con su peculiar manera de ser iglesia. Tristemente, la información recogida es que la gran mayoria de sus dirigentes son personas sin ninguna o con muy escasa preparación teológica. Son líderes con carisma o con don natural de comunicar ideas sugerentes, que se sienten "llamados" a ser pastores de una grey. Hay quienes reciben una preparación improvisada en el camino. Uno puede concluir, con bastante cercanía a lo que debe ser la realidad, que en estas personas el desconocimiento de aspectos bíblicos, pastorales e históricos de primerísima importancia es peligrosamente grande. Esto es el caldo de cultivo para el recrudecimiento del espíritu sectario y de lastimosos fanatismos.
No estamos ignorando el que una sólida preparación académica para nada garantiza contar con un ministerio eclesiástico adecuado. En la historia del movimiento cristiano abundan los ejemplos al respecto. No obstante, cualquier cristiano con un mínimo de criterio sabrá comprender la ingente necesidad de contar con líderes responsablemente consolidados en conocimientos y destrezas para la misión.
Con todo, no es prudente "meter en un mismo saco" a toda acción espontánea que se realice por la causa del Reino de Dios, ya que no nos toca constituirnos en jueces de personas y situaciones que solo por sus frutos, en el tiempo, harán visible su autenticidad. Simplemente atendamos el consejo apostólico que nos exhorta así: "probad los espíritus si son de Dios" (1 Juan 4:1). Vale la pena remitirnos en este momento al texto que nos señala qué virtudes se manifiestan en donde está presente el Espíritu de Dios: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley." (Gal.5:22,23 RVR1960)
"Dondequiera que veamos la Palabra de Dios predicada y escuchada a fondo, hay una iglesia donde Dios existe, aún tenga enjambres de defectos".
"Al que el Señor ha adoptado y considerado digno de su comunión debe prepararse para una vida laboriosa, dura e inquieta, repleta con diversos tipos de males."
Juan Calvino
La doctrina de la iglesia a través de la historia
Luis Berkhof
En el período Patrístico
La doctrina de la Iglesia tiene también sus raíces en la más antigua literatura de la era cristiana. Generalmente, los Padres apostólicos y los apologistas la describen como la communio sanctorum, el pueblo de Dios, que ha sido elegido para ser su posesión. Aunque se dice que la Iglesia es el verdadero Israel, su relación a su preparación histérica en Israel no siempre fue bien entendida. Pero incluso en el siglo segundo ocurrió un cambio perceptible en la concepción de la Iglesia. La aparición de herejías hizo necesario designar ciertas características externas, por las cuales la verdadera iglesia Católica podía ser conocida. El resultado fue que la Iglesia empezó a ser concebida como una institución externa, gobernada por un obispo como directo sucesor de los apóstoles, y en posesión de la verdadera tradición. La idea de que la Iglesia universal era la <<prior>> histórica de todas las iglesias locales, llego a ser predominante. Las iglesias locales no fueron concebidas como muchas unidades sepa- radas, sino como partes de la Iglesia universal con el episcopado, y eran consideradas como verdaderas iglesias solamente hasta donde eran fieles y sujetas a la Iglesia Católica como un todo.
Sin embargo, dentro de las sectas se manifestó otra tendencia, a saber, hacer la santidad de sus miembros la marca real de la verdadera Iglesia. Esta tendencia fue representada por el montanismo a mediados del siglo segundo, por el novacianismo a mediados del siglo tercero y por el donatismo a inicios del siglo cuarto. Estas sectas nacieron de una reacción contra la secularización gradual y la creciente mundanalidad y corrupción de la Iglesia. Los líderes montanistas hablaron con autoridad profética contra la laxitud y mundanalidad de las iglesias, e insistieron en las prácticas ascéticas. Ellos decían que los pecados graves cometidos después del bautismo eran imperdonables, pero también afirmaban la posibilidad de expiar pecados mortales mediante el martirio.
Los novacianos no compartían las pretensiones proféticas de los montanistas, pero siguieron su ejemplo de luchar por la pureza de la Iglesia. Ellos sostenían que la Iglesia no tenía poder para perdonar a aquellos que han negado la fe durante la persecución de Decio y que buscaban ser readmitidos en la Iglesia. Al encontrar que muchos obispos readmitieron tales miembros, y que las iglesias en general estaban relajadas en su disciplina, rebautizaron a aquellos que se unieron a su círculo.
Los donatistas representaban la misma tendencia durante la persecución de Diocleciano. Insistieron en una rigurosa disciplina eclesiástica y membresía eclesial pura, rechazaban ministros indignos y protestaron contra la interferencia del Estado en asuntos religiosos; pero al mismo tiempo, ellos mismos cortejaban el favor del Emperador. Los Padres de la Iglesia disintieron con todos estos sectarios y subrayaron cada vez más la institución episcopal de la Iglesia.
Cipriano -el discípulo de Tertuliano, se distingue por ser el primero en desarrollar la doctrina de la Iglesia Episcopal. El consideraba a los obispos como escogidos por el Señor mismo, como los reales sucesores de los apóstoles, y sobre la base de Mateo 16:18 sostenía que la Iglesia fue fundada sobre los obispos. El obispo era considerado como el señor absoluto de la Iglesia. Él era quien tenía que decidir quien pertenecería a la iglesia y quien podría ser restablecido a su comunión. El conducía la adoración de la Iglesia como un sacerdote de Dios y en esa calidad ofrecía sacrifcios.
Cipriano fue el primero en enseñar sobre el sacerdocio real del clero en virtud de su trabajo sacrificial. Según él, los obispos constituían un colegio, llamado el episcopado, y como tal representaba la unidad de la Iglesia. Basaba la unidad de la Iglesia en la unidad de los obispos. Al mismo tiempo él sostuvo la paridad de los obispos y no atribuye ninguna primacía al obispo de Roma. La rebelión contra el obispo era considerada como rebelión contra Dios. Cualquiera que rehusaba someterse al obispo legítimo, de ese modo perdía su comunión con la Iglesia y consecuentemente también su salvación. Los verdaderos miembros siempre obedecerán y permanecerán en la Iglesia, fuera de la cual no hay posibilidad de ser salvo.
Lógicamente, esta concepción de la Iglesia hizo que Cipriano negara la validez del bautismo administrado por herejes. Según él, era perfectamente evidente que alguien que estaba fuera de la Iglesia no podía iniciar a otros dentro de ella. Además, él creía que solo los líderes que recibían el Espíritu (y el Espíritu se recibía solo en la Iglesia) podían impartir el perdón de pecados. Así pues, Cipriano fue el primero en recalcar clara y distintivamente la idea de una Iglesia Católica, comprendiendo todas las verdaderas ramas de la Iglesia de Cristo, y unidas juntas en una unidad visible y edema. Esto es lo que Cunningham llama <da gran contribución de Cipriano al progreso del error y corrupción de la Iglesia.» (Véase, Historical Theology, 1, p. 169.)
Agustín se movía dentro del mismo círculo general de pensamiento. Fue su lucha contra los Donatistas la que lo obligó a reflexionar más profundamente sobre la esencia de la lglesia. Es triste mencionar que su concepción de la Iglesia no está totalmente en armonía con su doctrina del pecado y la gracia. A decir verdad, hay un cierto dualismo en su idea de la Iglesia. Por un lado, él es el predestinacionista que concibe a la Iglesia como la compañía de los elegidos, la communio sanctorum, quienes tienen el Espíritu de Dios y se caracterizan por el verdadero amor. Lo realmente importante es pertenecer a la Iglesia así concebida, y no estar en la Iglesia en un sentido meramente externo y participar de los sacramentos. Es mediante la intercesión de esta comunidad que los pecados son perdonados y los dones de la gracia son otorgados. La unidad real de los santos y por lo tanto de la Iglesia es una unidad invisible. Al mismo tiempo, ésta existe solo dentro de la Iglesia Católica, pues es solo allí donde el Espíritu obra y el verdadero amor habita.
Por otro lado, él es el hombre que, al menos en sus aspectos generales, sostiene la misma idea de Iglesia que Cipriano. La verdadera Iglesia es la: Iglesia Católica, en la que la autoridad apostólica es continuada por sucesión episcopal. Está dispersa en todo el mundo, y fuera de ella no hay salvación, pues es solo dentro de sus límites que uno es llenado de amor y recibe el Espíritu Santo. Sus sacramentos no son meramente símbolos, sino que también están acompañados con un ejercicio real de energía divina. Dios realmente perdona pecados en el bautismo; y en Cena del Señor, realmente, da al alma refrescamiento espiritual. Al presente esta Iglesia es un cuerpo mixto en el que están presentes miembros buenos y malos, pero que esta destinado a una pureza perfecta en el futuro.
Los donatistas criticaron a Agustín diciendo que él dividía a la Iglesia en dos Iglesias, la Iglesia mixta del presente y la Iglesia pura del futuro en el cielo. Respondiéndoles, Agustín sostenía también la pureza de la sola Iglesia Católica en el presente, pero la veía más particularmente en la institución objetiva con sus oficios, sacramentos y ministraciones. Además de ello, Agustín también defendía una cierta pureza subjetiva. Aunque admitía que miembros buenos y malos están entremezclados en la Iglesia, sin embargo, sostenía que estos dos no estaban en ella exactamente en el mismo sentido. Aunque los malvados no podían ser externamente excluidos, no obstante, ellos estaban internamente separados de los píos: Ellos pertenecen a la casa, pero no están en la casa; ellos son los tumores malignos del cuerpo de Cristo que estén destinados a ser desechados. De este modo, Agustín efectué en el pensamiento la pureza que los Donatistas buscaban realizar en la vida presente.
Otro punto a ser considerado aquí es la doctrina de Agustín acerca del Reino de Dios. Los Padres más antiguos usaron el término <<Reino de Dios» para describir el resultado y meta del desarrollo de la Iglesia, es decir, como una designación del reino escatológico. Pero Agustín dice: <<La Iglesia es hoy mismo el Reino del Cielo.» Pero sobre todo, lo que Agustín quiere decir es que los santos constituyen el Reino de Dios, aunque también aplica el término colectivamente a los líderes de la Iglesia. Si bien el Reino es idéntico con los píos y santos, lo es también la Iglesia episcopalmente organizada. El contraste entre la ciudad de Dios y la ciudad del mundo (o del diablo) es considerado cómo equivalente al contraste entre Cristianismo y paganismo, entre los buenos y los malos (incluyendo ángeles y diablos), entre los santos y los malvados aun dentro de la Iglesia, entre los espirituales y los carnales, entre los elegidos y los no elegidos. El mundo malvado nunca es representado como equivalente al Estado, pero puesto que la civitas Dei puede ser y es frecuentemente concebida como la Iglesia empírica, es posible que (como se dice frecuentemente) Agustín pensó de la civitas mundi coma algo que encontraba su personificación en el Estado.
Agustín no elaboro una verdadera síntesis de sus opiniones divergentes respecto a la Iglesia, y bien puede cuestionarse si es que tal síntesis es posible. Arnaco llama la atención al hecho de que en Agustín <<la externa societas sacramentorum, la cual es communio fidelium et sanctorum, y finalmente también el numerus praedastinatorum son la una y misma Iglesia.» (Ver, Outlines of History of Dogma, p. 362.) Consecuentemente, a la interrogante ¿quiénes están en la Iglesia? podría darse una triple respuesta. Puede decirse: (a) todos los predestinados incluyendo aquellos que están aún inconversos; o (b) todos los creyentes incluyendo aquellos que recaerán; o (c) todos aquellos que toman parte, en los sacramentos. Pero luego surge la pregunta, 1, ¿Cuál es la verdadera Iglesia, la externa comunión de los bautizados, o la comunión espiritual de los elegidos y los santos, o ambas, puesto que tampoco hay salvación fuera de ninguna de ellas? Además, ¿Cómo se relaciona la Iglesia, en tanto constituida del número de los elegidos, a la comunión de los fieles? Claramente éstos no son idénticos, porque algunos pueden ser de los fieles pero que no son de los elegidos y finalmente perdidos. Y cuando Agustín dice que nadie tiene a Dios por Padre, sin tener a la Iglesia, que es la única Iglesia Católica visible, por madre, la pregunta que naturalmente surge es, ¿Qué pasa con los elegidos que nunca se unen a la Iglesia? Nuevamente, si la única Iglesia Católica visible es, como Agustín sostiene, el verdadero cuerpo de Cristo, ¿no prueba esto la contención de los Donatistas que las personas malvadas y los herejes no pueden ser tolerados en ella? Una vez más, si la Iglesia se funda en la gracia de Dios que predestina, ¿Cómo es posible que aquellos que una vez han recibido la gracia de regeneración y el perdón de pecados en el bautismo, lo pierdan otra vez y así pierdan la salvación? Finalmente, si Dios es la única fuente absoluta de toda gracia y la distribuye de manera soberana, ¿puede considerarse correcto el atribuir este poder a la Iglesia visible con sus sacramentos, y hacer la salvación dependiente de la membresía en aquella organización? En conexión con este punto, puede decirse que su concepto de la predestinación lo detuvo de ir en la dirección del sacramentalismo hasta donde fueron algunos de sus contemporáneos.
En la Edad Media
Es un hecho sorprendente que, mientras los teólogos de la Edad Media tienen muy poco que decir acerca de la Iglesia y por lo tanto pocos elementos que contribuir al desarrollo de la doctrina de la Iglesia, sin embargo, la Iglesia misma realmente se desarrolló muy unida, compactamente organizada y absolutamente jerárquica. Las semillas para este desarrollo fueron encontradas en los escritos de Cipriano y en las enseñanzas de Agustín respecto a la Iglesia como una organización externa. La otra idea (y la más fundamental) del gran Padre de la Iglesia, aquella de la Iglesia como la communio sanctorum, fue enteramente descartada y de este modo permaneció en un estado latente.
Dos ideas llegaron a ser prominentes en la Edad Media, a saber, la primacía de Roma y la identidad de la Iglesia con el Reino de Dios.
Durante los siglos cuarto y quinto gané actualidad la tradición de que Cristo había dado a Pedro una primacía oficial sobre los otros apóstoles y que él había sido el primer obispo de Roma. Además se afirmó que esta primacía paso a sus sucesores, los obispos de la ciudad imperial. Esta idea no solamente fue fomentada por sucesivos obispos, sino que también se apeló a la imaginación popular, pues a la caída de la parte occidental del imperio, ello parecía contener una promesa de renovación en otra forma de las antiguas glorias de Roma. En el año 533, Justiniano el emperador bizantino, reconoció la primacía del obispo de Roma sobre los ocupantes de otras sedes patriarcales. Gregorio el Grande aun rehusó el título de <<Obispo universal», pero en el año 607 el titulo fue conferido a su sucesor, Bonifacio Ill, quien no tuvo escrúpulos de aceptado. De allí en adelante la primacía espiritual de los sub-siguientes obispos de Roma fue generalmente honrada en Occidente aunque vigorosamente resistida en el Este. Ello marca el inicio del papado. Así la Iglesia recibió una cabeza externa y visible, la cual muy rápidamente se desarrolló en un monarca absoluto.
Junto a esta idea, se desarrolló aquella otra de que la Iglesia Católica era el Reino de Dios en la tierra, y que, por lo tanto, el obispado romano era un reino terrenal. Esta noción fue grandemente alentada mediante dos falsificaciones, la <<Donación de Constantino» y los <<Decretos Falsificados», ambos fueron mañosamente impuestos sobre la gente en el siglo nueve para probar que la autoridad entonces reclamada por los papas se les había conferido y que tan temprano como en el siglo tercero, había sido ejercida por sus predecesores.
La identificación de la Iglesia visible y organizada con el Reino de Dios tuvo consecuencias importantes y de largo alcance. Si solo la Iglesia es el Reino de Dios, luego todos los deberes y actividades cristianas deben tomar la forma de servicios rendidos a la Iglesia, pues Cristo habla del Reino como el bien supremo y como la meta de todo esfuerzo cristiano. La vida natural y social asumió así un carácter eclesial unilateral. Todo lo que no estaba bajo el control de la Iglesia se consideraba como puramente secular, y su renunciación llego a ser una obra de piedad especial. La vida de los eremitas y monjes sobresalió como un gran ideal.
Otro resultado fue que se atribuyó una indebida significación a las ordenanzas externas de la Iglesia. El Reino de Dios es representado en el Nuevo Testamento no solo como la meta de la vida cristiana, sino también como la suma total de la felicidad cristiana. Consecuentemente, se pensaba que todas las bendiciones de salvación venían al hombre mediante las ordenanzas de la Iglesia. Sin su uso, la salvación se consideraba imposible.
Finalmente, la identificación de la Iglesia con el Reino de Dios condujo a la secularización práctica de la Iglesia. Como un reino externo, la Iglesia sintió la obligación de definir y defender su relación frente a los reinos del mundo, y gradualmente empezó a poner más atención en la política que en la salvación de las almas. La mundanalidad tomo el lugar de la espiritualidad. En vista del carácter superior del Reino de Dios y de su destino universal, no fue sino natural que los pontífices romanos buscaran realizar el ideal del Reino de Dios demandando de los emperadores sujeción al gobierno de la Iglesia. Esta fue la ambición apasionada de los grandes papas tales como Gregorio VII (Hildebrando), Inocencio III, y Bonifacio VIII.
No fue sino hasta después de la Reforma que la concepción católico-romana de la Iglesia fue formulada oficialmente. Pero es mejor llamar la atención a la forma que asumió finalmente en este aspecto, porque la idea ya encontró real personificación en la Iglesia de Roma antes de la Reforma, y porque la concepción protestante se entiende mejor cuando se la ve en el contexto de la idea católico-romana acerca de la Iglesia. El Concilio de Trento no se aventuró a discutir sobre una correcta dentición de Iglesia. Ello se debía al hecho de que, aunque los más altos oficiales de la Iglesia deseaban el reconocimiento del sistema papal, un gran número de obispos era completamente episcopal en sus ideas. Ellos no estaban dispuestos a admitir que toda la autoridad eclesiástica pertenece principalmente al Papa y que los obispos derivan su autoridad de él, sino que más bien creían que los obispos derivan su autoridad directamente de Cristo. Este choque de ideas hizo que fuese imprudente el intentar la formulación o definición de la Iglesia.
Sin embargo, el Catecismo Tridentino define a la Iglesia como <<el cuerpo de todos los fieles que han vivido hasta ahora sobre la tierra, con una cabeza invisible, Cristo, y con una cabeza visible, el sucesor de Pedro, quien ocupa la sede romana.» El Cardenal Bellarmino (1542-1621) supera a todos los de su tiempo en dar una clara representación de la concepción católico-romana de la Iglesia. Según él, la Iglesia es <<la compañía de todos los que están unidos por la profesión de la misma fe cristiana y por el uso de los mismos sacramentos, y que están bajo el gobierno de pastures legítimos y principalmente del vicario de Cristo en la tierra, el Pontífice romano.» La primera cláusula de esta definición (profesión de la misma fe cristiana) excluye a todos los no creyentes; la segunda (uso de los mismos sacramentos) excluye a los catecúmenos y aquellos que son excomulgados; y la tercera (obediencia al Pontífice romano) excluye a todos los cismáticos tales como los cristianos griegos.
En relación a la concepción de la Iglesia según los católico-romanos, deben notarse los siguientes detalles: 1. Se subraya fuertemente la naturaleza visible de la Iglesia. La razón última para la visibilidad de la Iglesia se encuentra en la encarnación de la Palabra divina. La Palabra no descendió a las almas de los hombres, sino que apareció como un hombre entre los hombres, y en armonía con esta aparición, en la actualidad, lleva a cabo su obra mediante un medio humano visible. La lglesia puede, incluso, ser considerada como una continuación de la encarnación. Cristo mismo proveyó para la organización de la Iglesia mediante el nombramiento de apóstoles y al poner uno de ellos (Pedro) a la cabeza de los apóstoles. Los Papas son los sucesores de Pedro, y los 0bis- pos los sucesores de los apóstoles en general, El Papa posee autoridad directa y absoluta, mientras que los obispos solo tienen Una autoridad limitada que deriva de los Papas.
2. Se hace una distinción muy importante entre la Iglesia magisterial (ecclesia docens) y la Iglesia oyente, que aprende o que cree (ecclesia audiens discens o credens). La primera consiste de todo el clero con el Papa a la cabeza; la segunda, de todos los fieles que honran la autoridad de sus pastores legítimos. Es principalmente a la ecclesia docens que los católico-romanos atribuyen los atributos que se aplican a la Iglesia. Ella es la única, católica, apostólica, infalible y perpetua Iglesia, que niega el derecho a la existencia a todas las otras, y por lo tanto asume una actitud intolerante contra ellas. La ecclesia audiens es totalmente dependiente de aquella, y tiene parte en los gloriosos atributos de la Iglesia solo en una manera derivada.
3. La Iglesia está formada como un ser huma- no, de cuerpo y alma. El alma de la Iglesia consiste, en cualquier momento particular, de <<la sociedad de aquellos que son llamados a la fe de Cristo, y que están unidos a Cristo mediante dones y gracias sobrenaturales.>> No todos los elegidos están en el alma de la Iglesia, ni tampoco lo son todos aquellos que están dentro de los elegidos, puesto que siempre hay aquellos que apostatan; y algunos de aquellos que no están en el cuerpo de la lglesia pueden estar en el alma, tales como los catecúmenos que poseen las gracias necesarias El cuerpo de la Iglesia es la sociedad de aquellos que profesan la verdadera fe, sean justos o pecadores. Solo las personas bautizadas pertenecen a la Iglesia, pero algunas personas bautizadas, tal] como los catecúmenos, aún no pertenecen a la Iglesia.
4. En la Iglesia, Cristo distribuye la plenitud de aquellas gracias y bendiciones que El mereció por los pecadores. Cristo hace esto, exclusivamente mediante la agencia del clero, es decir, a través de los oficiales legítimos de la Iglesia. Por consiguiente, la institución de la Iglesia lógicamente precede al organismo, la Iglesia visible precede a la invisible. La Iglesia es mater fidelium antes de ser coetus fidelium. La ecclesia docens precede a la ecclesia audiens, y es muy superior a ella.
5. La Iglesia es exclusivamente una institución de salvación, un arca de salvación. Como tal tiene tres funciones: (l) propagar .la verdadera fe mediante el ministerio de la palabra, (2) efectuar la santificación por medio de los sacramentos, y (3) gobernar a los creyentes según la ley eclesiáistica. Pero es solamente la ecclesia docens la que puede hacer todo esto. Estrictamente hablando, por lo tanto, ella constituye la Iglesia. Ella es (bajo Cristo) la única mediadora de salvación, la depositaria y distribuidora de gracia para todos los hombres y la única arca de seguridad para todo el género humano. El orden en la obra de salvación es, no que Dios mediante su palabra conduce a los hombres hacia la Iglesia, sino al contrario, que la Iglesia conduce a los hombres hacia la Palabra y hacia Cristo.
Durante y después de la Reforma
La concepción de Iglesia que nació durante la Reforma fue bastante diferente a la de la Iglesia Católico-romana. Lutero, gradualmente se fue apartando de la concepción papal. La discusión de Leipzig abrió el camino para nuevas ideas acerca de la Iglesia y su autoridad.
a. La posición Luterana. Lutero rechazo la idea de una Iglesia infalible, de un sacerdocio especial, y de los sacramentos que operaban de un modo mágico, y restauro a su legítimo lugar el concepto bíblico del sacerdocio de todos los creyentes. El consideré a la Iglesia como una comunión espiritual de aquellos que creen en Cristo, una comunión establecida y sostenida por Cristo como su Cabeza. El enfatizó la unidad de la Iglesia, pero distinguió entre dos aspectos de ella, uno visible y otro invisible. Según Seeberg, Lutero fue el primero en hacer esta distinción. Sin embargo, Lutero fue muy cuidadoso en señalar que éstas no son dos Iglesias, sino solamente dos aspectos de la misma Iglesia. Su insistencia sobre la invisibilidad de la Iglesia sirvió al propósito de negar que la Iglesia es esencialmente una sociedad externa con una cabeza visible, y para afirmar que la esencia de la Iglesia debe encontrarse en la esfera de lo invisible; es decir, en la fe, la comunión con Cristo, y en la participación en las bendiciones de la salvación mediante el Espíritu Santo. ‘Sin embargo, esta misma Iglesia se hace visible y puede ser conocida, no por la jefatura del Papa, ni por el gobierno de Cardenales y Obispos, ni por ninguna clase de parafernalia externa, sino por la administración pura de la Palabra y los sacramentos. Lo realmente importante para el hombre es que él pertenece a la Iglesia espiritual invisible; pero esto está estrechamente conectado con la membresía en la Iglesia visible. Cristo reúne a la Iglesia por su Espíritu, pero al hacer esto El mismo se sujeta a los medios escogidos, la Palabra y los sacramentos. De ahí la necesidad de una sociedad eclesiástica externa, a la que Lutero describe como <<el número o multitud de los bautizados y creyentes que pertenecen a un sacerdote u obispo, ya sea en una ciudad, o en todo un país, o en todo el mundo.» Lutero admite que la Iglesia, externamente considerada, siempre albergará un número de miembros hipócritas y malvados, que no participan en los ejercicios espirituales de la Iglesia. La Confesión de Augsburgo define a la Iglesia visible como <<la congregación de los santos, en la cual, el Evangelio es correctamente enseñado y los sacramentos son correctamente administrados.»
b. La posición Anabautista. Los anabautistas representan la reacción más extrema a la externalización católico-romana de la Iglesia. Aunque Roma basó, en gran medida, su organización en el Antiguo Testamento, ellos negaban la identidad de la Iglesia del Antiguo Testamento con la del Nuevo, e insistieron en una Iglesia de creyentes solamente. Si bien los niños tenían un lugar en la Iglesia del Antiguo Testamento, ellos no tenían un lugar legítimo en la Iglesia del Nuevo Testamento, puesto que ni podían ejercer fe ni podían hacer profesión de ella. En su insistencia en la espiritualidad y santidad de la Iglesia, muchos de ellos, incluso despreciaban a la Iglesia visible y los medios de gracia. A diferencia de los luteranos con su sistema territorial, los anabautistas demandaban la separación absoluta de la Iglesia y el Estado, algunos hasta llegaron al extremo de decir que un cristiano no puede ser magistrado, ni puede rendir un juramento, ni tomar parte en guerra alguna.
c. La posición Reformada. La concepción reformada de la Iglesia es fundamentalmente la misma de Lutero, aunque difiere de ella en algunos pun- tos relativamente importantes. Ambas posiciones estén de acuerdo en que, la verdadera esencia de la Iglesia se encuentra en la commmio sanctorum como una entidad espiritual, es decir, en la Iglesia invisible. Pero, mientras que los luteranos buscan la unidad y santidad de la Iglesia principalmente en las ordenanzas objetivas, tal como los oficios, la Palabra y los sacramentos; los reformados veían dicha unidad y santidad en un sentido más amplio, es decir, en la comunión subjetiva de los creyentes. Según los luteranos, las bendiciones de la salvación pueden obtenerse solo en y a través de la Iglesia, ya que Dios al dispensar su gracia se sujeta a si mismo absolutamente a los medios ordenados, la predicación del Evangelio y la administración de los sacramentos. Sin embargo, algunos de los reformados eran de la opinión que, la posibilidad de salvación se extiende más allá de los límites de la Iglesia visible, y que el Espíritu de Dios no está absolutamente sujeto a los medios ordinarios de gracia, pero que puede obrar y salvar <<cuándo, donde y como a Él le plazca.» Además, los reformados hablaron también de la invisibilidad de la lglesia en más de un sentido: (1) como ecclesia universalis, pues nadie puede ver la Iglesia de todas partes y en todo tiempo; (2) como coetus electorum, el cual no será completo y visible hasta la segunda venida de Cristo; y (3) como coetus electorum vocatorum, porque no somos capaces de distinguir absolutamente los verdaderos de los falsos creyentes. Finalmente los reformados encontraban las verdaderas marcas de la Iglesia, no solamente en la verdadera administración de la Palabra y los sacramentos, sino también en la fiel administración de la disciplina eclesial. Además de todo esto, hubo también diferencias importantes en cuanto al gobierno de la Iglesia.
d. Posiciones divergentes en la post-Reforma
(1) Las posiciones Sociniana y Arminiana. Esta desviada concepción de la Iglesia tuvo importantes consecuencias prácticas. La uniformidad abrió el camino para la rnultiformidad, lo que a su turno dio origen a varias confesiones. Los reformadores buscaban mantener la adecuada conexión entre la Iglesia visible e invisible, pero la historia probé que esto era muy difícil. Y las Iglesias que estaban fuera de la comunión luterana y reformada frecuentemente sacrificaron la Iglesia invisible por la Iglesia visible, o viceversa. En realidad, los socinianos hablaban de la Iglesia invisible, pero en la vida real olvidaban todo acerca de ella, puesto que concebían a la religión cristiana simplemente como una doctrina aceptable. Los arminianos siguieron el mismo camino, al negar que la Iglesia es esencialmente la comunión invisible de los santos, y hacían de ella principalmente una sociedad visible. Además, despojaron a la Iglesia de su independencia al entregar al Estado el derecho de la disciplina, reteniendo para la Iglesia solamente el derecho de predicar el Evangelio y exhortar a sus miembros.
(2) Las Posiciones Labadista y Metodista. La tendencia opuesta se manifestó también, a saber, de pasar por alto a la Iglesia visible. Jean de Labadie fundó una <<congregación evangélica» en Middelburg en 1666 a la que solamente podían pertenecer verdaderos creyentes. El pietismo en general insistía en la religión práctica. No solo combatió a la mundanalidad, sino que veía al mundo en si como un organismo de pecado, al cual todo cristiano <<alerto» debe rechazar para no poner su alma en riesgo. Al mismo tiempo hizo que la gente fuera indiferente hacia la Iglesia institucional con sus funciones y sacramentos, y los congrego en asambleas privadas. En estos círculos, crecientemente, se consideró a la Iglesia real como la comunión de aquellos que compartían una iluminación especial del Espíritu Santo, y quienes, en virtud de la luz interior, también estaban de acuerdo exteriormente en su profesión y vida. Esta posición se encuentra también en algunos círculos del Metodismo, pero la aplicación consistente de ésta se vio en el Ejército de Salvación. Los convertidos no forman una Iglesia, sino un firme ejército de Jesucristo, distinguido del mundo por un uniforme distintivo y un modo especial de vida.
(3) La Posición Católico-romana. Después de la Reforma, la Iglesia Católico-romana se desplazó incluso más lejos, en la dirección de una absoluta jerarquía y llegó a ser más pronunciada en afirmar la autoridad del Papa. El Partido Gallicano, del que Bossuet fue el primer líder, por dos Siglos, en oposición a los jesuitas y al partido ultra-montano, mantuvo que el Papa podía errar en sus decisiones, y que está siempre subordinado a un concilio ecuménico. Esta fue también la enseñanza común de un gran número de libros de texto católico-romanos. En 1791, mil quinientos católicos ingleses firmaron una declaración negando que la infalibilidad papal sea un dogma de la Iglesia católico- romana. Sin embargo, la oposición de los galicanos fue gradualmente vencida, y en 1870 el Concilio Vaticano declaro que <<cuando el Pontífice romano, en virtud de su suprema autoridad apostólica, habla ex cathedra (es decir, cuando lo hace en cumplimiento de su oficio como pastor y maestro de todos los creyentes) definiendo una doctrina respecto a la fe o a la moral, de fide vel moribus, como una doctrina a ser sostenida por la lglesia universal, entonces mediante la asistencia divina que le ha sido prometida en la persona de San Pedro, él goza plenamente de aquella infalibilidad que el divino Redentor deseó que tuviese Su Iglesia para definir doctrina. tocante a la fe y la moral; y en consecuencia, tales definiciones del Pontífice Romano son por si mismas inmutables y no pueden ser cambiadas mediante aprobación de la Iglesia.» Los alemanes no estaban dispuestos a someterse a esta decisión, por lo tanto se constituyeron en <<la Antigua Iglesia Católica» con el Dr. Doellinger, el historiador, como líder, y el Dr. Reinkens como su primer obispo.
En contraposición a los protestantes, los católico-romanos continúan gloriándose en su unidad, aunque ésta es más aparente que real. Esta Iglesia no sólo está dividida sobre la cuestión de la infalibilidad papal, sino que también alberga un número siempre creciente de órdenes monásticas, que con frecuencia conllevan a rivalidades y amargas disputas, lo cual demuestra que ellos están más divididos que muchas denominaciones protestantes. Además, la Reforma católico-romana, los separados de Roma (los- von-Rom), y los movimientos modernistas, demuestran claramente que la enorgullecida unidad de la Iglesia de Roma es una mera uniformidad corporal antes que una unidad de espíritu y de propósito.
La iglesia es una parte del mundo. ¡No es la parte buena, sino una parte particularmente sucia! Es el mundo malvado a lo sumo, porque en ella se abusa del nombre de Dios y se hace de él un juguete. Pero la iglesia es también la parte calificada del mundo; es decir, ha conocido la acción de la palabra reveladora y bondadosa de Dios. Por este segmento del mundo entra el reino de Dios, y por este medio el mundo es conquistado y entregado a Dios.
Dietrich Bonhoeffer
DESAFÍOS DE LA IGLESIA DEL SIGLO XXI
Jorge Alberto Vilches Sánchez
Algunos desafíos para la actual generación de cristianos
Permítanme ahora, solo por unos minutos "desenfocarlos" de sus desafíos personales o familiares y presentarles un pantallazo amplio, rápido y sintético de los que, a mi entender, son algunos de los desafíos que la Iglesia de Jesucristo tiene hoy en su contexto, pero seguramente se van a profundizar en el siglo XXI.
"La iglesia tiene la obligación de involucrarse continuamente en la tarea de investigación y reflexión sobre el propósito redentor de Dios para el mundo a la luz de las Escrituras y mediante de las condiciones globales y desafíos de su tiempo." (Documento redactado durante el Congreso sobre la Misión Mundial de la Iglesia - EE.UU. - Junio de 1998).
¿Cuáles son los desafíos que nos esperan en el siglo XXI? Jesucristo nos dice que debemos saber reconocer las "señales de los tiempos" (Mateo 16:1-4). ¿Cuáles son esas señales? Son aquellos gestos que tornan presente la actuación de Jesucristo, en una época de transición semejante a la época en la que el mismo Jesús apareció.
Podríamos hacer investigaciones exhaustivas sobre la realidad contemporánea (económica, social, cultural, etc.) sin descubrir señales, signos, huellas, ni marcas. Si un sociólogo hubiera hecho una investigación completa sobre la sociedad del año 30 de nuestra era, probablemente no hubiera identificado visto que Jesús era la señal principal de aquellos tiempos.
¿Qué señales-desafíos encontramos, particularmente en la última década de este segundo milenio? Los cambios en los procesos humanos casi nunca son súbitos. Generalmente los percibimos pos facto (después del hecho).
Las transiciones de décadas, siglos y milenios tienen la función de obligarnos a reflexionar sobre el pasado para poder discernir mejor el futuro.
Señales de los tiempos: Las señales son muchas, así que escogemos algunos que nos parecen muy relevantes. La idea es sembrar inquietudes, pensamientos y preguntas que nos impulsen a reflexionar y actuar, con relación a estos asuntos.
La globalización
La globalización es tecnológica, económica y religiosa y sus principales instrumentos son los medios masivos de comunicación y la expansión vertiginosa del modelo neoliberal. La globalización de la tecnología tiene en sí una contradicción esperanzadora: mientras propaga el mensaje del "libre mercado" y los valores de la posmodernidad, sirve también como medio de búsqueda y de difusión de modelos tecnológicos, económicos, culturales y religiosos alternativos.
Los países latinoamericanos se han visto obligados, por causa del modelo económico neoliberal, a abandonar sus responsabilidades por el bienestar de todos sus ciudadanos y en particular aquellos que viven al margen de la economía formal. Doscientos millones de latinoamericanos viven en situaciones de extrema pobreza (y esto también le toca a cristianos). La brecha entre ricos y pobres ha aumentado, con la gradual desaparición de la clase media. Hoy el pueblo es inducido a acomodar sus vidas a las demandas del mercado y somos dominados por la filosofía del consumismo y crea necesidades artificiales y una profunda frustración en los que no pueden seguirla.
La globalización del libre mercado está fundamentada en una trágica contradicción: lamentablemente los recursos naturales y económicos no se globalizan. Siguen siendo un monopolio de la economía dominante que los trasquila (a los recursos) y luego los vende a precios elevados.
El fenómeno de la globalización impacta a las culturas de todos los pueblos -unas más otras menos- con su mensaje universalizante. Se globaliza la cultura noroccidental, posmoderna y secular, y también comienzan a aparecer en todo el mundo las reacciones. Cuanto más se extiende la cultura dominante, más crecen todo el mundo las culturas tradicionales y alternativas.
También crecen los nuevos movimientos religiosos, usando los medios de comunicación global para formar redes y propagar creencias. Toda esta compleja realidad le presenta un desafío singular a la Iglesia Latinoamericana:
Dado que la nueva tecnología de los medios masivos por un lado facilita las comunicaciones, y al mismo tiempo estimula a la pluralidad de culturas: ¿Cómo haremos para insertar el evangelio en este contexto sociocultural tan complejo...? ¿Sabremos como Iglesia de Cristo trabajar en una "red-global-internacional? ¿Aprovecharemos este impulso de comunicaciones para llevar el evangelio hasta lo último de la tierra...?
La tarea política
Antes que nada: nuestra actitud hacia la política en gran medida dependerá de la connotación que le demos a este término: la definición estrecha (referida a las políticas y los programas para el cambio legislativo, desarrollados por los partidos políticos) y la definición más amplia (la vida de la polis/la ciudad, y el arte de vivir conjuntamente en comunidad).
Tradicionalmente, los cristianos evangélicos en América Latina, nos hemos considerado "apolíticos". Hemos pensado que "la política es sucia" y nos hemos refugiado en un cristianismo individualista, ultramundano.
Sin embargo en los últimos años se ha visto una creciente participación política del pueblo evangélico en varios países latinoamericanos, siendo elegidos para ocupar altos cargos públicos, que hasta hace poco no hubieran podido ocupar debido a su posición religiosa.
Este nuevo panorama nos coloca frente a preguntas que nunca antes nos habíamos planteado en términos concretos.
¿Es factible una política evangélica?¿Hasta qué punto se puede legislar la ética cristiana? ¿Qué modelo de sociedad es deseable, desde nuestra perspectiva cristiana? ¿Cuáles son los medios más eficientes, y a la vez más coherentes con la fe cristiana, para realizar este modelo?
Pongamos en claro algunos aspectos, como discípulos de Cristo: Somos llamados a cristianizar la política, pero jamás a politizar la fe. Somos llamados aun a morir por lo que amamos, pero jamás a matar por lo que creemos.
Cuando la fe cristiana se separa de la política, la iglesia se convierte en un gueto (comunidad aislada y cerrada en sí misma) y pierde su relevancia histórica. Cuando la fe cristiana se politiza, la Iglesia se convierte en una mera institución secular y pierde su fidelidad al Evangelio. La voluntad de Dios es que estemos en el mundo (complejo sistema cultural anti-Dios) sin ser (pertenecerle a) del mundo.
La acción social
En esta área, hay una pregunta que generalmente se plantea como objeción al papel que toma la Iglesia al involucrarse en un plan de acción social: ¿Acaso no es posible esperar un cambio social a menos que la gente se convierta?
Entendemos que no es así. Por supuesto que anhelamos que la gente se convierta, pero Jesucristo, por medio de su pueblo, ha ejercido una influencia enorme para el bien de la sociedad en general.
Por ejemplo: los mejores niveles de salud e higiene, la mayor difusión de la educación, el creciente respeto hacia la mujer y el niño, la preocupación por los derechos humanos y las libertades civiles, las mejores condiciones en fábricas, minas y cárceles, y la abolición de la esclavitud junto al tráfico de esclavos. Detrás de estos logros estuvo la gestión y la influencia de cristianos.
Las leyes pueden asegurar mejoras sociales, aun cuando no convierte a la gente ni las transforma en personas de bien. Incluso las personas que todavía no han reconocido a Jesús como Señor, retienen vestigios de su imagen divina como para preferir la justicia antes que la injusticia, la libertad antes que la opresión, y la paz antes que la violencia.
Tenía razón Martin Luther King cuando dijo: "La moralidad no se puede legislar, pero se puede regular el comportamiento. Los decretos judiciales no pueden cambiar el corazón, pero pueden restringir a los que no tienen corazón. La ley no puede hacer que el empleador me ame, pero puede impedir que se niegue a darme empleo debido al color de mi piel."
Ejemplo del "buen" samaritano: ¿En qué momento le predicó a la víctima...? Evangelizar no es una cruzada a costa de la dignidad humana. Evangelizar no es una campaña política. Evangelismo no es mero proselitismo masificador.
El dinero y la prosperidad material
¿Qué posición vamos a sostener frente a esta marcada y creciente tendencia de una sociedad materialista, hedonista y consumista? No podemos servir a Dios y a las riquezas.
¿Y qué de esa "teología de prosperidad absoluta" (generada y propagandeada por el gran país del norte?) Aquella que relaciona a la prosperidad exclusivamente con dinero y riquezas, además de colocarla como un objetivo y no como un resultado. Jesús fue el hombre más próspero que pisó la tierra, pero jamás acumuló riquezas.
¿Cómo alcanzar con el mensaje restaurador del evangelio a "los ricos de este siglo".? ¿Cómo lograr que los recursos económicos sean instrumentos para el Reino de Dios y no para solventar las obras de las tinieblas? ¿Se puede llegar a formar un empresariado cristiano, honesto y a la vez de excelentes ganancias?
La mayordomía de la creación
En América Latina son pocos los cristianos que han tomado conciencia de los grandes problemas ecológicos que actualmente amenazan la supervivencia humana.
Incluso son menos aun los que estarían dispuestos a admitir que dichos problemas les competen y demandan un lugar de prioridad en la agenda de las tareas de la iglesia. Mientras tanto, el deterioro del medio ambiente en el que vivimos (porque todavía no estamos en el cielo, ¿verdad?) aumenta a pasos agigantados.
¿Conocemos el concepto bíblico de la mayordomía de la creación? ¿Somos conscientes de nuestro llamado a ejercer dominio sobre la creación bajo la soberanía del Creador? ¿Tenemos una actitud responsable y solidaria hacia el planeta Tierra? ¿Le corresponde a la Iglesia presentar propuestas alternativas a las de los movimientos ambientalistas, grupos humanistas, "partidos verdes".?
Los avances tecnológicos
De todos los factores que afectan la vida humana en la sociedad moderna, probablemente ninguna alcanza tanta preponderancia como la técnica.
Si bien la técnica es tan antigua como el ser humano, lo que pasa es que nunca antes en la historia, la humanidad había dependido tan absolutamente de ella para tantas cosas. En nuestro tiempo se destacan la informática y las comunicaciones.
¿Estamos preparados para utilizar las herramientas de punta, dándole sentido de servicio al reino de Dios?
Por otro lado: "El hombre no se hizo para la técnica sino la técnica para el hombre". No todos los avances científicos son destinados al desarrollo humano y al bienestar del planeta.
La "Nueva Era"
Los mayores desafíos que la fe cristiana ha encarado a lo largo de su historia han sido desafíos provenientes de movimientos en que, en una alto grado, la verdad se mezcla con la mentira y sincretismo: ejemplo de Israel adorando al becerro de oro: "...estos son tus dioses que re sacaron de Egipto..."
Estas tendencias nos exigen a ser más estudiosos y a crecer en el discernimiento espiritual, de manera que podamos desechar lo malo y aceptar lo bueno, sin caer en generalidades superficiales, ni respuestas facilistas.
"Toda verdad es de Dios, se encuentre donde se encuentre" El caso del movimiento de la Nueva Era no es una excepción:
Por un lado, tiene la aspiración de una nueva era de paz y amor, salud integral, y armonía con la naturaleza, transformación política y bienestar social. Y esto se asemeja en gran medida a la visión bíblica del Reino de Dios.
Por otro lado, este movimiento es una verdadera "red" de organizaciones, personas, eventos, programas, practicas e ideas vinculadas con la salud, la salud, la política, las ciencias naturales, la psicología y la religión, y esencialmente su proclamación está marcada por la Mentira madre de todas las mentiras: que olvidándonos del Dios de la vida y eligiendo la promesa de la Serpiente del Edén, seremos como dioses y no moriremos.
El optimismo característico de la Nueva Era se deriva de una cosmovisión que niega la realidad del mal y concibe todas las cosas en "un proceso evolutivo", al cual contribuimos en la medida que tomamos conciencia de nuestro infinito potencial psíquico: es decir, nuestra propia "divinidad".
¿No será la Nueva Era una manera de exigirnos a los cristianos para que recuperemos la dimensión integral y universal de nuestra fe? La Nueva Era nos desafía a conocer más profundamente a nuestro Dios -revelado en Jesucristo-, a vivir en comunión con él, en obediencia a sus principios y a proclamarlo como el único Dios verdadero.
La defensa de los derechos humanos
Dentro de este aspecto quisiera incluir la actitud que le corresponde a la Iglesia de Jesucristo frente a la violencia, la lucha por la paz y su responsabilidad frente al racismo.
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea general de las Naciones Unidas aprobó y promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Este valioso documento pasó a convertirse en un símbolo del anhelo de paz, justicia y libertad de todos los pueblos y para todos los seres humanos.
Lamentablemente, "del dicho al hecho hay mucho trecho", y los tales siguen siendo pisoteados impunemente en todos los continentes del mundo.
Como cristianos no podemos mirar con indiferencia los terribles atropellos que se cometen a diario contra personas, sea cual fuere la motivación o el propósito.
¿Tenemos claro que todo ser humano, es portador de la imagen de Dios, y por lo tanto posee un valor y una dignidad que establecen la base misma de sus derechos? ¿Qué relación hay entre el amor al prójimo y los derechos humanos? ¿Se reconoce actualmente a las congregaciones cristianas como activas participantes en defensa de la dignidad humana, sea cual fuere el derecho cuestionado o violado?
Los sectores marginados o de alto riesgo
Dentro de este amplio espectro de gente y necesidades desafinares para nuestro compromiso cristiano quisiera nombrar a los pobres (sin ninguna posibilidad de modificar su situación), a los analfabetos, a los adictos (de las diversas drogas), pero de una manera muy especial me es necesario hacer mención a un grupo marginado muy particular: los niños de la calle.
Los niños de la calle son un indicador de la situación socioeconómica que viven los países latinoamericanos. Conforme se agudiza la pobreza, en nuestras ciudades aumenta el número de chicos abandonados a su propia suerte.
Digámoslo claramente: El precio de los "ajustes" que se están haciendo en nombre de la modernización y el crecimiento económico lo están pagando los pobres, y en particular, los niños pobres.
¿Qué futuro pueden construir nuestros pueblos, con miles de sus niños criados en la miseria? ¿Qué sentido tienen la modernización y el crecimiento económico que favorece a unos pocos y siembran la desesperanza para las grandes mayorías? ¿Cómo se remediarán mañana los males causados por la mal nutrición y el analfabetismo de los niños de hoy?
No se puede esperar mucho de las autoridades gubernamentales, porque el lema del pragmatismo político que hoy se impone es avanzar hacia la "sociedad desarrollada", cueste lo que cueste, y los niños de la calle son parte del "costo social". ¡Y eso es todo!
Pero están surgiendo grupos cristianos que se niegan a darse por vencidos por la impotencia y la frustración y amor de Dios los ha impulsado a "refugios", "hogares sustitutos" y "programas" que brindan cuidado, comida, abrigo, educación, esperanza y amor.
La actitud frente al SIDA
Seguramente que uno de los azotes más fatales de la humanidad contemporánea es el síndrome de Inmuno-deficiencia adquirida (SIDA). El terrible Virus de Inmuno-Deficiencia Humana (VIH) sigue extendiéndose por todo el mundo tan aceleradamente que para el final de este siglo habrá entre 30 y 40 millones de personas infectadas. El SIDA nos plantea a los cristianos algunos desafíos muy relevantes:
Nos exige tomar conciencia de los factores que facilitan la rápida propagación del mal, y de las medidas que se requieren para atenuarlo.
El SIDA subraya la urgente necesidad de difundir la enseñanza de la ética bíblica con respecto al matrimonio y al acto sexual.
El SIDA demanda que cultivemos una profunda compasión hacia los portadores de VIH, semejante a la compasión de Cristo hacia los leprosos de su tiempo. "Los leprosos de nuestro tiempo son los enfermos de SIDA". El SIDA destaca la importancia de acrecentar un ministerio pastoral de consolación para acompañar a los familiares y amigos de las víctimas.
¿Qué actitud vamos a adoptar frente a los enfermos de SIDA? ¿Será como la de Jesús que devolvió su dignidad a los leprosos? ¿Vamos a evadir nuestra responsabilidad, interpretando el SIDA como evidencia del juicio de Dios, y nada más? ¿Nos atreveremos a actuar movidos por la compasión que llevó a Jesús a hacer suyo el sufrimiento de todos los marginados sociales, incluyendo los leprosos?
Conclusiones:
Para un auténtico discípulo de Cristo, cada necesidad humana es una oportunidad de servicio. è La Iglesia, ya a punto de ingresar al siglo XXI, necesita escuchar la voz del Señor diciendo: "Denles ustedes de comer." ¡Ay de nosotros si despedimos a la gente sin compartirle nuestro "pan"!
Éstos y cada uno de los desafíos que se nos presenten, sólo pueden encararse adecuadamente si se los encara comunitariamente - de manera corporativa - sirviendo en equipo.
Debemos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a discernir los tiempos, identificar los desafíos y las oportunidades, y tomar las decisiones responsables que nos correspondan? ¿Lo haremos? ¿Seremos realmente capaces? ¿Tendremos las agallas suficientes? ¿Nos atreveremos a confiar en el respaldo divino?
Finalmente, reflexionemos en aquel gran desafío que Josué le presentó a Israel, poco antes de morir. (Josué 24:14-24;31) “Entréguense al Señor y sírvanle fielmente. Desháganse de los dioses que sus antepasados adoraron al otro lado del río Éufrates y en Egipto, y sirvan solo al Señor. Pero si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor. El pueblo respondió: -¡Eso no pasará jamás! ¡Nosotros no abandonaremos al Señor por servir a otros dioses! El Señor nuestro Dios es quien nos sacó a nosotros y a nuestros antepasados del país de Egipto. Él fue quien hizo aquellas grandes señales ante nuestros ojos. Nos protegió durante todo nuestro peregrinaje en el desierto y cuando pasamos entre tantas naciones. El Señor expulsó a todas las que vivían en este país, incluso a los amorreos. Por esa razón, nosotros también serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios. Entonces Josué les dijo: -Ustedes son incapaces de servir al Señor, porque Él es Dios santo y Dios celoso. No les tolerará sus rebeliones y pecados. Si ustedes lo abandonan y sirven a dioses ajenos, él se les echará encima y les traerá desastre. Pero el pueblo insistió: ¡Eso no pasará jamás! Nosotros solo serviremos al Señor. Y Josué les dijo una vez más: -Ustedes son testigos contra ustedes mismos de que han decidido servir al Señor. -Sí, sí lo somos, respondió toda la asamblea. Josué replicó: -Desháganse de los dioses ajenos que todavía conservan. ¡Vuélvanse de todo corazón al Señor, Dios de Israel! El pueblo respondió: -Sólo al Señor nuestro Dios serviremos, y sólo a él obedeceremos."
Al enfrentar este "tiempo de desafíos y oportunidades", es oportuno establecer un "tiempo de renovar nuestro pacto": de amor, de fidelidad, de servicio y dedicación a nuestro Señor.
Las decisiones que tomemos hoy marcarán una influencia poderosas para las generaciones venideras, así como Josué influyó en Israel.