Dios y la Biblia
Valmore Amarís
"Y en verdad tú, Dios y salvador de Israel, eres un Dios que se esconde" Isaías 45:15 (RVC)
¿Qué puede concebir nuestra capacidad pensante que la haga justicia al ser de Dios? ¿Cuáles palabras pueden ser usadas para describir a quien reconocemos como el Eterno Creador y Sustentador? Sin duda que ese discurrir acerca de Alguien que nuestros ojos no ven y nuestra mente no abarca resulta definitivamente comprometedor. Se corre el peligro de ir más allá de lo debido o, por el contrario, quedarse corto y no ofrecer proposiciones medianamente satisfactorias. De entrada, me siento obligado a declarar, como resultado de la experiencia acumulada en el tiempo, que toda aproximación teórica, y sencillamente toda afirmación acerca de Dios, hay que hacerla como "Moisés frente a la zarza ardiendo" del relato bíblico. Esto es, con "los pies descalzos": expresión análoga a la reverencia, al temor, a la suma modestia, al asombro. Creo que es ilusorio, además de atrevido, que cualquiera de nosotros nos arroguemos la capacidad de "descifrar" a Dios con nuestros limitados recursos para sentir, experimentar y conocer. Precisamente, es por esta causa que resulta igualmente obligatorio señalar que al referirme a Dios lo hago desde el lugar teológico que, por principio, utilizamos en el mundo reformado: esto es, desde las Escrituras judeo-cristianas. La Biblia es nuestro lugar epistemológico por excelencia, en lo que corresponde al tema de Dios, para quienes constituimos los herederos de la llamada reforma protestante.
¿Es posible conocer de Dios o conocer a Dios a través de la Biblia? Muchas ideologías contemporáneas pretenden que hoy por hoy no hay nada que decir del Dios de la Biblia. Insinúan que el Dios que aparece en la Biblia debe ser estimado como una noción superada o “pasada de moda” acerca de un Ser Supremo. La verdad es que resulta muy sugestiva -y hasta convincente- la idea de que habiendo transcurrido tantos siglos de historia, con la consecuente evolución en el campo del conocimiento y de las ciencias, no pareciera entonces racional ni conveniente desarrollar una cosmología, una espiritualidad o una moral a partir de un texto antiguo, escrito por personas de civilizaciones arcaicas. Sin embargo, yo encuentro en afirmaciones como esa una manifestación de engreídos escrúpulos positivistas; porque creo que detrás del ropaje lingüístico y cultural, propio del mundo antiguo, y específicamente del remoto pasado en el medio oriente, se hace patente la revelación radiante del Dios oculto a la condición humana. Por más rudimentaria y localista que nos resulte la manera como los autores bíblicos se expresaron o comunicaron sus vivencias, la cuestión de fondo permanece, esto es: hubo una experiencia de Dios, real, genuina, trascendente, que se ha proyectado en la historia, que ha dejado una impronta, profunda, determinante y vigente.
"Más de un millar de veces las campanas han anunciado la muerte de la Biblia, se ha formado la procesión fúnebre, se ha inscrito la lápida mortuoria, y se ha leido el oficio. Pero de manera inexplicable, el cadáver nunca ha aparecido" B.Ramm
"... la Biblia no es simplemente una antología; existe una unidad en todo el conjunto. Una antología es compilada por un antologista, pero no hubo antologista que compilara la Biblia" F.F.Bruce
"La Biblia no es la clase de libro que el hombre escribiría si pudiera, o que podría escribir si quisiera hacerlo" L.S.Chafer
Al observador de nuestro mundo actual, el cual se encuentra en gran medida condicionado por los criterios que su entorno doméstico, la educación formal y los medios masivos de comunicación le transmiten, se le puede antojar que las narraciones y afirmaciones que se encuentran en la Biblia son propios de una etapa de la humanidad de carácter acientífica, y por tanto, estaríamos en presencia de unos escritos obsoletos. Los autores bíblicos representarían, en tal caso, a personas bienintencionadas pero atrapadas en su ignorancia del cosmos, tal y como hoy supuestamente "sabemos" que es. Creo no equivocarme al advertir que no son pocas las teologías y teorías antropológicas y filosóficas que parten de esta conjetura de signo positivista y naturalista. La premisa aquí es: no hay tal cosa como una revelación divina que culmine en unas escrituras sagradas. Ante este panorama podemos alegar que no se requieren conocimientos muy luminosos para inferir que, en efecto, los mapas conceptuales y lingüísticos del escritor bíblico eran los propios para la época de una comprensión muy limitada de los fenómenos naturales y cósmicos. Pero, de allí a concluir que este hecho invalida la autenticidad y la validez del hecho teológico es una falaz deducción.
Esto pudiera ser ilustrado de diversas formas. Pongamos a manera de ejemplo la experiencia de un bebé de meses con un malestar gástrico y la misma experiencia con una persona adulta. La experiencia es la misma, el dolor produce una misma situación en ambos casos. El bebé reacciona con el grito y el llanto; es la manera que "conoce" para expresar lo que siente. El grito, el llanto, son reacciones en extremo ambiguas como para darle especificidad a lo que produce el dolor. Solamente los expertos en pediatría a través de sus saberes científicos están en capacidad de descifrar el origen del malestar. Por el contrario, el adulto, debido al desarrollo de sus complejas habilidades comunicacionales, comenzando por el habla, puede expresar de manera muchísimo más explícita su indisposición, sin pasar por alto que también la puede disfrazar o simular. Con esto quiero significar que el paradigma cientifista parece que confunde la mayor capacidad para diagnosticar y describir los fenómenos con el hecho en sí. Esto es: su esencia. De manera que, así como la incapacidad de un bebé para poder expresar adecuadamente el hecho real de su inquietud no priva en absoluto de veracidad su experiencia, aunque lo haga por medio del confuso lenguaje del llanto, del mismo modo, el narrador primitivo, ajeno a toda la complejidad del mundo que le rodea, atestigua la revelación que le fue entregada, y lo hace a través de trazos simbólicos, metafóricos, poéticos y parabólicos, sin que desmedre para nada el realismo de su contenido. Mucho más es así, cuando, en el caso de las escrituras bíblicas, estas expresiones "revelacionales" encuentran plena confirmación en la historia concreta de los seres humanos a través de los siglos.
Seguramente a nosotros, mujeres y hombres de los siglos XX y XXI, nos hubiese gustado una literatura bíblica al mejor estilo de la redacción moderna; con formulas matemáticas, físicas y biológicas complejas, con abundancia descriptiva, y con narrativas pletóricas de detalles biográficos y paisajísticos, según nuestros típicos gustos de la cultura occidental. Pero la evidencia apunta a que fue el querer de Dios que una revelación proposicional se diese en los tiempos cuando la humanidad incursionaba sus pinitos en la articulación del pensamiento reflexivo. Precisamente, cuando el ser humano estaba aún profundamente comprometido con una conciencia colectivista tanto en lo existencial como en lo social. Las grandes interrogantes estaban orientadas a aspectos prácticos de supervivencia, así que, aunque el lenguaje usado fuese rudo o elemental, según nuestro parecer, las representaciones tenían la intención de explicar o interpretar hechos y situaciones de primer orden y muy tangibles.
"Tu Palabra no muere, nunca muere, porque vive. No muere tu Palabra Omnipotente, porque es la vida misma, y la vida no vive, vivifica" Miguel de Unamuno
"Sea cual fuere la idea que tengamos respecto de la autoridad y del mensaje presentado en el libro que llamamos la Biblia, existe consenso unánime de que en muchos sentidos este es el más notable volumen que se haya producido en estos cinco mil años de escritura por parte de la raza humana" W.Smith
Examine el devenir de la historia. ¿Las inquietudes y perplejidades de la humanidad de hoy no son las mismas que las de las mujeres y hombres de los tiempos bíblicos? ¿Con todo y el progreso del pensamiento analítico, el incremento de las artes y los descubrimientos, los avances técnicos y tecnológicos, los gigantescos pasos que se han podido dar para desentrañar el macrocosmos y el microcosmos, acaso no permanecen incólumes las grandes interrogantes del humano? ¿Para la mujer y el hombre contemporáneos, no siguen siendo un enigma la divinidad y el ser, la conciencia y la existencia, la muerte, la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida y del dolor? ¿Podemos de manera honesta afirmar que el ser humano de hoy, gracias a las herramientas teóricas y tecnológicas de las cuales dispone, ha podido satisfacer estas abismales incógnitas? Evidentemente que no. Las Escrituras, sin embargo, poseen un contenido que sigue respondiendo a las necesidades existenciales más elementales y las más sentidas también. Creo que para entender el papel de la Biblia como un testigo excepcional de la irrupción divina en la historia humana, es imprescindible en estos tiempos, como instrumento hermenéutico de primer orden, la humildad. Tal afirmación que no sea tomada como una cándida trivialidad. Por el contrario, la asumo como la conducta más responsable y decorosa a la que el intelectual, el científico, el humanista y el investigador en general tiene que adoptar.
¿Teología revelada?
¿Se puede establecer que ha habido una especie de revelación especial de parte de Dios? De ser así ¿Por qué no es más palpable o evidente? O ¿Por que ha de admitirse que una revelación de Dios viene por la vía de una cultura específica y no por intermedio de toda cultura? ¿Por qué esa revelación hubo de quedar en el pasado primitivo y no continúa en el presente? Con modestia tendría que responder que varias de esas preguntas no son fáciles de responder. Pero no es menos cierto que cuando el investigador se adentra en las entrañas mismas de la revelación bíblica no pocas preguntas hayan su respuesta.
Cuando uno se acerca a las Escrituras curado de los dogmas de la lógica convencional y cientifista es del todo probable que se logre encontrar su invalorable aporte al misterio de la vida. La Biblia no intenta demostrar ni agotar a Dios. Un aspecto de su singularidad radica en que en ella queda claro que Dios sigue siendo el "totalmente Otro", el cual no puede ser abarcado, comprendido o reducido, y que, no obstante, se "muestra" lo suficiente como para que se perciba su "naturaleza", su realidad, su misterio; y más aún, para que sean conocidos sus designios. En sujeción a estas Escrituras, doy por sentado la realidad del Dios personal y comunicante del que allí se da testimonio. No se trata de "cerrar los ojos" ante el hecho de que en el mundo coexisten diversas nociones de la divinidad, y de que abundan quienes le conceden validez a cualquiera de ellas con el argumento que, a final de cuentas, todas corresponden a una representación de lo trascendente. Claro está, tales aseveraciones tienen que ver también con una comprensión naturalista de la afirmación de Dios. Desde este punto de vista, Dios (o lo divino) es un hecho cultural y circunstancial. Sin embargo, reitero, cuando logramos penetrar en la "mente" del Dios de la Biblia no hay forma de escapar a una conclusión: no hay punto de comparación entre el escenario universal del ser y la existencia que emana de la Biblia, a la que surge de las lucubraciones del sentimiento religioso en las culturas.
Dios y la Biblia
"Para nosotros la existencia de Dios es la gran presuposición de la teología. No tiene sentido hablar del conocimiento de Dios, a menos que se admita que Dios existe. La presuposición de la teología cristiana tiene características muy definidas. La suposición es, no simplemente que hay algo, alguna idea o ideal, alguna potencia o tendencia determinada a la que se debe dar el nombre de Dios, existente por sí, consciente por sí, sino que hay un Ser personal, del que se originan todas las cosas, que transciende toda la creación, aunque a la vez es inmanente en cada parte de ella. Puede surgir la interrogación sobre si nuestra presuposición es razonable, y la contestación será afirmativa. Esto, sin embargo, no significa que la existencia de Dios sea susceptible de una demostración lógica que elimine toda duda; pero sí, que en tanta que la existencia de Dios se acepte por la fe, ésta tiene su base en una información fidedigna. Aunque la teología reformada considera la existencia de Dios como una presuposición completamente razonable, no pretende tener capacidad para demostrarla por medio de una argumentación lógica. Respecto al intento de hacerlo, habla el Dr. Kuyper como sigue: "El intento de probar la existencia de Dios, puede, o bien resultar inútil, o innecesario. Inútil, si el investigador cree que Dios es galardonador de los que le buscan. E innecesario si se intenta forzar a una persona que no tiene esta pistis (fe) haciéndola que por medio de argumentos llegue al convencimiento en sentido lógico".
El cristiano acepta por la fe la verdad de la existencia de Dios. Pero no por una fe ciega; sino por una fe que se basa en la evidencia, y la evidencia se funda, ante todo, en la Escritura como Palabra inspirada por Dios, y luego, en la revelación de Dios en la naturaleza. La prueba bíblica acerca de este punto no nos viene en la forma de una explícita declaración, y mucho menos en forma de argumento lógico. La aproximación más parecida a una declaración, está, quizá, en Hebreos 11: 6, "... porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le ahí, y que es galardonador de los que te buscan". La Biblia presupone la existencia de Dios desde su primera declaración: "En el principio creó Dios tos cielos y la tierra". No sólo describe a Dios como el Creador de todas las cosas, sino también como el Sustentador de todas sus criaturas, y como el Gobernante de los destinos de individuos y naciones. La Biblia testifica que Dios hace todas las cosas según el consejo de su voluntad, y revela la realización gradual de su gran propósito de redención. La preparación para este trabajo, especialmente en la elección y dirección del pueblo israelita del antiguo pacto, está manifestada claramente en el Antiguo Testamento, y la inicial culminación de ella en la Persona y obra de Cristo, surge de las páginas del Nuevo Testamento con claridad inmensa. Se contempla a Dios en casi cada página de la Santa Escritura a medida que se revela en palabra y acciones. Esta revelación de Dios es la base de nuestra fe en la existencia de Dios, y la hace completamente razonable. Debe hacerse notar, sin embargo, que únicamente por la fe aceptamos la revelación de Dios y alcanzamos la verdadera comprensión de su contenido. Jesús dijo: "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta". Juan 7: 17.
Oseas tenía en su mente este cono cimiento intensivo que resulta de la íntima comunión con Dios, cuando dijo: "Y conoceremos y proseguiremos en conocer a Jehová". Oseas 6: 3. El incrédulo no tiene el verdadero conocimiento de la Palabra de Dios. Vienen muy al punto en este respecto las palabras de Pablo: "¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación". 1 Cor. 1: 20 y 21."
Louis Berkhof, Prueba bíblica de la existencia de Dios (Teología Sistemática)
El punto de partida de la teología
M.J.Erickson
El intento de los teólogos de desarrollar un tratamiento sistemático de la teología cristiana pronto encuentra un dilema en lo que se refiere al punto de partida. ¿La teología debería empezar con la idea de Dios o con la naturaleza y los medios que tenemos para conocerla? Para nuestra tarea aquí ¿se debería tratar primero la doctrina de Dios o la doctrina de las Escrituras? Si por una parte se empieza con Dios, surge la pregunta: ¿Cómo se puede decir sobre él algo que tenga sentido sin haber examinado la naturaleza de la revelación sobre él? Por otra parte, empezar con la Biblia o con otra fuente de revelación parece asumir la existencia de Dios, minando totalmente su derecho a ser considerado una revelación. El dilema al que se enfrenta aquí la teología es similar al problema filosófico sobre la prioridad de la metafísica o la epistemología. Por una parte, un objeto no puede ser investigado sin tomar una decisión sobre el método de conocimiento. Por otra parte, sin embargo, el método de conocimiento dependerá en gran medida de la naturaleza del objeto a conocer.
La primera alternativa, empezar con una discusión sobre Dios antes de tomar en consideración la naturaleza de las Escrituras, es la que han tomado muchas teologías tradicionales. Aunque algunas simplemente empiezan utilizando las Escrituras para estudiar a Dios sin formularse una doctrina sobre las Escrituras, el problema con esto es bastante evidente. Un enfoque común es intentar establecer la existencia de Dios a través de procedimientos extrabíblicos. Un ejemplo clásico es la teología sistemática de Augustus Hopkins Strong.33 Él comienza su teología con la existencia de Dios, pero no ofrece ninguna prueba de la misma. En su lugar mantiene que la idea de Dios es una verdad primaria, una intuición racional. No es un conocimiento escrito en el alma, sino una suposición que es tan básica que todos los demás conocimientos dependen de ella. Llega a la conciencia por la experiencia, pero no se deriva de esa experiencia. Todos la tienen, es imposible negarla y no se puede resolver o probar con ninguna otra idea. Otra forma de este enfoque utiliza un tipo más empírico de teología natural. Tomás de Aquino mantenía que la existencia de Dios se podía probar mediante la razón pura sin confiar en ninguna autoridad externa. Basándose en sus observaciones formuló cinco pruebas (o prueba quíntuple) para la existencia de Dios (por ejemplo la prueba del movimiento y el cambio, la prueba del orden en el universo). Estas pruebas fueron formuladas de forma independiente y antes de recurrir a la revelación bíblica.34
El desarrollo normal del argumento en las dos variedades de este enfoque, la racional y la empírica, es el siguiente:
1. Dios existe (esto se asume como una verdad primaria o se establece mediante una prueba empírica).
2. Dios se ha revelado especialmente a sí mismo en la Biblia.
3. Esta revelación especial debe ser investigada para determinar lo que Dios ha revelado.
Sin embargo, este enfoque conlleva ciertos problemas. Uno es que esa segunda afirmación no tiene por qué seguir a la primera. ¿Debemos creer que Dios, de cuya existencia ahora estamos convencidos, se ha revelado a sí mismo? Los deístas no lo creían así. El argumento, si es que se le puede llamar así, debe establecer no sólo que existe Dios, sino que tiene un carácter tal que debemos esperar razonablemente una revelación suya.
El otro problema es la identidad de este dios cuya existencia se ha establecido. Se asume que es el mismo Dios que se revela en las Escrituras. Pero ¿es así? Muchas otras religiones afirman que el dios cuya existencia se ha establecido es el dios revelado en sus escrituras sagradas. ¿Quién tiene razón? ¿El dios de la prueba quíntuple de Tomás es el mismo Dios de Abraham, Isaac y Jacob? Este último parece tener muchas cualidades y características que no tiene necesariamente el primero. ¿No es necesario probar que el dios cuya existencia se ha probado y el Dios de la Biblia son el mismo? Y, en realidad, ¿el dios cuya existencia ha sido probada con distintos argumentos es realmente un solo ser? Quizá Tomás no expuso una prueba quíntuple para la existencia de un dios, sino cinco pruebas para probar la existencia de cinco dioses distintos: un creador, un diseñador, un motor, etc. Así que como el procedimiento normal es establecer la existencia de Dios y después presentar las pruebas del carácter sobrenatural y el origen de la Biblia, parece existir una brecha lógica.
El enfoque alternativo es empezar con la revelación especial, la Biblia. Los que utilizan este enfoque se muestran a menudo escépticos sobre la posibilidad de cualquier conocimiento de Dios que venga de fuera de la Biblia o del evento de Cristo; sin una revelación especial los humanos no pueden saber que ese Dios existe o cómo es. Por eso, Karl Barth rechazó cualquier tipo de teología natural. Comienza su Dogmática eclesial, con una introducción seguida de la doctrina de la Palabra de Dios, no de la doctrina de Dios. Su preocupación es qué es la Palabra de Dios, y después lo que se sabe de Dios a la luz de esta revelación. No empieza con qué es Dios para pasar después a lo que debe ser la revelación a la luz de su naturaleza.35 Un ejemplo reciente de este enfoque lo encontramos en la obra de Dale Moody, Word of Truth. La introducción es en su mayoría un repaso histórico de teología. El grueso del libro empieza con la revelación. Después de declarar la naturaleza de la revelación, Moody continúa examinando lo que Dios ha revelado de cómo es.36
El problema con este enfoque es la dificultad de decidir lo que es la revelación sin una idea previa de lo que es Dios. El tipo de revelación que podría ofrecer un Dios muy trascendente es muy distinta de la que ofrecería un Dios inmanente dentro del mundo y obrando mediante un proceso “natural.” Si Dios es un Dios soberano que todo lo controla, su obra al inspirar las Escrituras tendría que ser diferente de lo que sería si él concediese mucha libertad al hombre. En el primer caso, habría que tratar cada una de las palabras de las Escrituras como mensaje de Dios, mientras que en el segundo caso se podrían tomar de forma menos literal. Para decirlo de otra manera, nuestra manera de interpretar las Escrituras se verá influenciada por nuestra manera de concebir a Dios. Otro problema de este enfoque es el de si se pueden considerar las Escrituras como una revelación. Si todavía no hemos demostrado la existencia de Dios, ¿tenemos razones para tratar la Biblia como algo más que literatura religiosa? A menos que probemos de alguna manera que la Biblia tiene que tener un origen sobrenatural, sólo puede ser considerada como un mero conjunto de opiniones religiosas de distintos autores. Es posible desarrollar una ciencia de mundos o personas ficticias. Uno puede realizar un estudio detallado del país de las maravillas basándose en la obra de Lewis Carroll. Sin embargo, ¿existen esos lugares y esas personas? También se podría hacer un estudio extenso sobre los unicornios basándose en la literatura que hay sobre ellos. La cuestión es si existen o no esos seres. Lo mismo le ocurre a una teología que, sin haber establecido primero la existencia de Dios, empieza hablando de lo que la Biblia tiene que decir sobre él y sobre los demás temas de la teología. Estos temas pueden no tener un estatus objetivo, una realidad independiente de la literatura en la que se discuten esos temas (la Biblia). Si es así, nuestra teología sistemática no sería mucho mejor que una unicornología sistemática.
¿Hay alguna solución a este punto muerto? Me parece que sí. En lugar de empezar o con Dios, el objeto que deseamos conocer, o con la Biblia, el medio para conocerlo, podemos empezar por ambos. En vez de intentar probar uno u otro, podemos decir que ambos son supuestos de una tesis básica, después podemos desarrollar el conocimiento que surge de esta tesis y comprobar la evidencia de su verdad.
Partiendo de esta base, se puede considerar que Dios y su revelación van unidos en el mismo supuesto o se puede pensar en el Dios que se revela a sí mismo como un único supuesto. Este enfoque ha sido seguido por muchos conservadores que desean mantener una revelación de Dios proposicional o informacional sin construir primero una prueba de teología natural para su existencia. Así pues el punto de partida podría ser algo como: “Existe un Dios trino, afectuoso, poderoso, santo y sabio que se ha revelado a sí mismo en la naturaleza, la historia y la personalidad humana, y en los hechos y palabras que ahora están preservadas en las Escrituras canónicas del Antiguo y Nuevo Testamento.”37 Partiendo de este postulado básico podemos continuar elaborando todo un sistema teológico
exponiendo el contenido de las Escrituras. Y a su vez, este sistema funciona como una cosmovisión que, como todas las demás, se puede probar para saber si es verdadera o no. Aunque no se prueba una parte antes que las demás, el sistema en su conjunto se puede verificar o validar.
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32. Russell Chandler, Racing Toward 2001: e Forces Shaping America’s Religious Future (Grand Rapids: Zondervan, y San Francisco: Harper San Francisco, 1992), pp. 183-85.
33. Augustus Hopkins Strong, Systematic eology (Westwood, N.J.: Revell, 1907), pp. 52-70.
34. Tomás de Aquino, Summa contra Gentiles. Para un ejemplo más reciente de este enfoque ver Norman Geisler,
Philosophy of Religion (Grand Rapids: Zondervan, 1974).
35. Karl Barth, Church Dogmatics (Edinburgh: T. & T. Clark, 1936), vol. 1, parte 1.
36. Dale Moody, e Word of Truth: A Summary of Christian Doctrine Based on Biblical Revelation (Grand Rapids: Eerdmans, 1981).
37. Cf. Bernard Ramm, Protestant Christian Evidences (Chicago: Moody, 1953), p. 33; Edward J. Carnell, An Introduction to Christian Apologetics, 4th ed. (Grand Rapids: Eerdmans, 1952), p. 89.
¿Por qué la Biblia?
M.J.Erickson
Sin embargo, la cuestión que se podría y se debería plantear es por qué la Biblia debe ser considerada la principal fuente y criterio para nuestro entendimiento de la teología cristiana e incluso del cristianismo. Esto reclama un análisis más minucioso de la naturaleza del cristianismo.
Todas las organizaciones e instituciones tienen objetivos, metas o bases definidas. Éstas normalmente se formalizan en una especie de constitución o estatuto que gobierna la forma y las funciones de la organización, y determina lo que se necesita para ser miembros de ella. Sobre todo cuando se trata de un cuerpo legalmente formado estos estándares tienen efecto a menos que sean reemplazados o modificados por las personas que tienen autoridad para alterarlos.
El cristianismo no es una institución como tal. Aunque puede tomar forma de institución, el movimiento al que conocemos como cristianismo es sólo eso: un movimiento y no una organización per se. Por lo tanto, mientras las iglesias locales pueden establecer requisitos para formar parte de su cuerpo, la iglesia universal debe mirar en otra parte.
Del nombre mismo debería resultar evidente que el cristianismo es un movimiento que sigue a Jesucristo. Lógicamente se le debería mirar a él para determinar lo que se debe creer y lo que se debe hacer; en resumen, lo que significa ser cristiano. Sin embargo, tenemos muy poca información sobre lo que Jesús enseñó e hizo que proceda de fuera de la Biblia. Asumiendo que los evangelios son fuentes de información histórica fiable (una suposición que evaluaremos más tarde), debemos acudir a ellos para conocer la vida y las enseñanzas de Jesús. Esos libros que Jesús apoyó (o sea, los libros a los que ahora denominamos Antiguo Testamento) deben ser considerados también fuentes de nuestro cristianismo. Si Jesús enseñó que se iba a revelar una verdad adicional, esta también tiene que ser examinada. Si Jesús dijo que era Dios y eso es cierto, entonces por supuesto ningún humano tiene la autoridad de abrogar o de modificar lo que él enseñó. Es la posición que el mismo Jesús propuso en los fundamentos del movimiento la que es determinante, no la que otros que más tarde se llaman a sí mismos cristianos pueden decir o enseñar.
Esto es cierto también en otras áreas. Mientras puede haber ciertas reinterpretaciones y las reaplicaciones de conceptos del fundador de una escuela de pensamiento, hay límites más allá de los cuales no se pueden hacer cambios sin perder el derecho de llevar su nombre. Así, los tomistas son los que mantienen sustancialmente las enseñanzas de Tomás de Aquino. Cuando se hace mucha adaptación, el punto de vista tiene que ser denominado Neo-tomismo. Normalmente estos “neo” movimientos siguen la corriente y el espíritu del fundador, pero han hecho modificaciones significativas. En algún momento las diferencias pueden hacerse tan grandes que el movimiento no puede ni siquiera ser considerado una “neo” versión del original. Fijémonos en los argumentos que tenían los marxistas para decidir quiénes eran los verdaderos marxistas y quiénes eran los “revisionistas.” Después de la Reforma hubo divisiones en el luteranismo, entre los genuinos luteranos y los felipistas, los seguidores de Felipe Melanchton.
Esto no quiere decir que las doctrinas vayan a mantener exactamente la misma forma de expresión que se utilizó en los tiempos bíblicos. Ser auténticamente bíblicos no tiene por qué significar repetir las palabras de las Escrituras tal y como fueron escritas. De hecho, repetir las palabras exactas de las Escrituras puede hacer que el mensaje no sea muy bíblico. Un sermón bíblico no es sólo una sarta de citas bíblicas. Más bien trata de interpretar, parafrasear, analizar y resintetizar los materiales y aplicarlos a una situación concreta. Dar un mensaje bíblico es decir lo que Jesús (o Pablo, etc.) diría hoy en esta situación. Por supuesto Pablo y Jesús no siempre dieron el mismo mensaje de la misma manera. Adaptaron lo que tenían que decir a sus oyentes, utilizando matices ligeramente diferentes para distintos contextos. Un ejemplo se puede encontrar en las epístolas de Pablo a los romanos y a los gálatas, que tratan básicamente el mismo tema, pero con ligeras diferencias.
Haciendo de la Biblia la principal o suprema fuente de nuestro entendimiento, no excluimos completamente todas las demás fuentes. En particular, si Dios también se ha revelado de forma general en áreas como la naturaleza y la historia (como la Biblia misma parece enseñar), podemos también examinar con provecho éstas para conseguir pistas adicionales para entender la revelación principal. Pero estas serán secundarias a la Biblia.